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Del Monte Fuji al Cotopaxi: el cierre de una misión con mirada humana

El Embajador de Japón, durante la inauguración del proyecto de equipamiento de una unidad de recolección de residuos sólidos en Huaquillas. Fotos: Cortesía

El Embajador de Japón en Ecuador, Morishita Keiichiro, antes de concluir su misión diplomática en Ecuador, reflexiona por los años vividos. No deja de hablar de su cariño por el paisaje ecuatoriano, especialmente el Cotopaxi, que le recordó su tierra natal.

El funcionario diplomático destaca la cooperación japonesa en seguridad, pesca sostenible y energía limpia, así como proyectos comunitarios que transformaron vidas. En el ámbito comercial, resalta la complementariedad económica y la importancia del banano ecuatoriano en Japón.

También valor la calidez del pueblo ecuatoriano y su rica cultura, manifestada en experiencias gastronómicas y tradiciones que lo marcaron. Cierra su paso con un mensaje de esperanza para Ecuador y un compromiso cultural que trasciende su gestión diplomática.

Cuando el embajador de Japón en Ecuador, Morishita Keiichiro, recuerda sus últimos cuatro años en el país, sonríe con una mezcla de nostalgia y gratitud. Está a pocos días de culminar su misión diplomática, pero antes de empacar maletas rumbo a Tokio, comparte con Periodismo Público una confesión:

“Me encanta el sistema montañoso de Ecuador, especialmente el Cotopaxi, que se parece mucho al Monte Fuji de Japón. Cada vez que lo veía, me llenaba de alegría. Era como tener un pedacito de mi tierra natal aquí, frente a mis ojos”.

Ese es el tono con el que Morishita repasa su paso por Ecuador: cercano, humano, con los pies en la política y la diplomacia, pero el corazón puesto en las memorias cotidianas que lo marcaron.

La diplomacia hecha cooperación

En sus declaraciones, Morishita destaca que uno de los mayores compromisos de Japón en Ecuador fue el de apoyar la seguridad del país. Recuerda con precisión la firma del acuerdo en marzo de este año:

“Fue una de las ceremonias más significativas de mi gestión: entregamos una donación de 3.3 millones de dólares en patrulleros para la Policía Nacional y el Ministerio del Interior. Lo hice con la convicción de que esta ayuda fortalecería la capacidad de patrullaje en un momento tan complejo para el país”.

A esto se sumó una donación previa de 3.6 millones en embarcaciones destinadas al control de la pesca ilegal en Galápagos. “Ecuador tiene un tesoro en sus mares y sus islas, y sabemos que protegerlos es una tarea de todos”, enfatiza.

La cooperación japonesa también llegó al ámbito energético, con estudios para la construcción de una planta geotérmica en Chachimbiro, Imbabura. “La energía limpia es el futuro, y Japón quiere caminar junto a Ecuador en ese camino”, reflexiona.

La Diplomático durante un encuentro con estudiantes ecuatorianos.

Y no se queda en los grandes números. Habla con entusiasmo de los proyectos Kusanone (APC), pequeñas donaciones que se transformaron en escuelas, centros de salud, puentes comunitarios o camiones recolectores de basura. “Cuando hablamos de estas obras, me emociono. Porque más allá de la política, lo que queda son las sonrisas de los niños que tienen un aula nueva, o de las familias que pueden cruzar un río gracias a un puente”, dice con brillo en los ojos.

Banano, brócoli y un futuro comercial

El embajador también habló del comercio entre ambos países. Mencionó que Japón importa vehículos de marcas de calidad. Alrededor de 20 empresas niponas se encuentran en el país. Entre ellas, hay Itochu (trading company) y Toyota, etc.

Mientras que Ecuador exporta productos como petróleo, banano, brócoli congelado, camarón y cacao. Pero hay un detalle que le gusta contar: “En Japón, si entramos a una tienda de abarrotes, podemos encontrar banano ecuatoriano todos los días.

Y hay una familia japonesa, los Tanabe, que cultiva banano en Santo Domingo con calidad tan alta que se vende en cadenas niponas a un precio superior. Eso muestra la confianza que tenemos en el campo ecuatoriano”.

En diálogo con Periodismo Público, el Embajador habló sobre las relaciones entre Ecuador y Japón, las cuales se encuentran en muy buenos términos.

En reciprocidad, Japón ha mantenido su posición como proveedor de automóviles y maquinaria de alta calidad. “Cuando un ecuatoriano compra un carro japonés, compra durabilidad y confianza”, asegura.

El diplomático cree que las economías de Ecuador y Japón son complementarias y que, aunque un tratado de libre comercio aún está en proceso, la voluntad política ya existe. “El futuro de nuestras relaciones comerciales es prometedor. Hay voluntad de ambos lados”, confirma.

El rostro humano de su misión

En la conversación con Periodismo Público, Morishita deja claro que no se despide solo como diplomático, sino como alguien que vivió de cerca la cultura ecuatoriana.

Visitó 18 de las 24 provincias del país y en cada recorrido encontró afecto genuino. “Los ecuatorianos son personas muy cálidas. Me recibieron con bailes, con platos típicos, con una sonrisa siempre lista. Esa hospitalidad me marcó profundamente”.

Inauguración de obra de infraestructura en la localidad de Puyando, en la provincia de Loja, al sur-occidente de Ecuador.

Entre risas, cuenta que uno de los descubrimientos más memorables fue el jugo de naranjilla. “En Japón no existe esa fruta. La primera vez que probé su jugo, me sorprendió el sabor refrescante. También me gustó mucho el tomate de árbol. Son experiencias sencillas, pero inolvidables”.

En la gastronomía encontró otro puente cultural. “La fritada me encantó. La gente se reía porque me servían porciones grandes y yo siempre terminaba el plato. Eso es Ecuador: generoso en su comida y en su trato”.

Entre montañas y despedidas

El embajador se despide con una mezcla de satisfacción y preocupación. No desconoce la realidad del país:

“Soy consciente de los graves desafíos de inseguridad, desempleo y migración. Pero también sé de la fortaleza de los ecuatorianos. Les invito a luchar por este maravilloso país. Estoy convencido de que, con estabilidad, Ecuador puede alcanzar paz y prosperidad”.

Morishita acumula ya más de 12 años en América Latina: México, Colombia y ahora Ecuador. “Fue un privilegio servir en esta región. Aprendí a hablar español, pero sobre todo aprendí de la calidez humana que distingue a los latinoamericanos. Esa es una lección que me llevo a Japón”.

En su memoria quedará siempre la imagen del Cotopaxi, tan similar al Monte Fuji. “Es como si las montañas hablaran entre sí, conectando dos países lejanos en la geografía, pero cercanos en espíritu”, concluye.

Legado y continuidad

Antes de regresar a Tokio, el embajador recuerda que la relación entre ambos países seguirá viva a través de la cultura. La Embajada del Japón prepara para el próximo año un festival con artes marciales y origami. “Ese es el mejor símbolo: la amistad entre pueblos no termina con un cambio de embajador, se mantiene con la gente”, dice.

Así, Morishita Keiichiro cierra su capítulo en Ecuador. Su paso se mide en patrulleros y proyectos comunitarios, en bananos que viajan a Japón y en acuerdos por venir. Pero también, y sobre todo, en jugos de naranjilla, montañas nevadas y abrazos cálidos que lo hicieron sentir en casa. (I)

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