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“Raza asesina y terrorista”

Por: Yana Lucila Lema

En pleno siglo XXI, las luchas por la defensa de la vida en todas sus formas siguen en los territorios de los pueblos y nacionalidades alrededor de Abya Yala. En estos mismos momentos hay voces y banderas levantadas en Perú, Bolivia, Paraguay, Chile y Ecuador, en defensa de los derechos colectivos y la justicia social.

Justamente el día de hoy, una reconocida poeta del Wallmapu (territorio Mapuche), me contaba que en su pueblo todos están conmovidos, ya que la activista Julia Chuñil, quien estaba desaparecida por casi 11 meses, fue encontrada asesinada; “la quemaron”, terrible para nuestro pueblo y para la humanidad consciente”, me dijo.  

Esto no es lejano a lo que pasa en nuestro país en los últimos tiempos, en días pasados, en la provincia de Imbabura, se registró detenciones abusivas de 12 manifestantes y la lamentable muerte del dirigente comunitario kichwa, Efraín Fuerez, en manos de las Fuerzas Armadas, en medio de las protestas, por el Paro Nacional, reprimidas con desmedida violencia.

Los problemas que atravesamos son los mismos, pues vivimos en la época del delirio, de la obsesión por la “tecnología y la barbarie” que parece llevar a la “civilización” por senderos insospechados de exterminio y despojos donde los pueblos y nacionalidades se llevan la peor parte, pues viven en territorios donde están los llamados “recursos” que sustentan las doctrinas y prácticas del progreso occidental basadas en la idea del antropocentrismo y del dominio del hombre sobre la naturaleza.

Fotografía: Redes sociales

Esa fascinación desmedida de muchos Estados y gobiernos por un desarrollo economicista que despoja y al mismo tiempo excluyente bajo una lógica homogeneizante, individualista, racista, sexista y clasista está llevando a los pueblos ancestrales a la pobreza extrema, a la contaminación, a la deforestación, al saqueo de las fuentes de agua, etc., lo que constantemente pone en peligro la continuidad física y espiritual de las comunidades y, más allá de eso, de la propia humanidad.  De ahí que el derecho a la protesta se ha convertido casi en la única forma de hacerse escuchar y exigir el cumplimiento de sus derechos.

En Ecuador, en el marco del Paro Nacional convocado por las Confederación de Nacionalidades Indígenas, Conaie, a fines de septiembre, y que, por momentos, parece haber sido rebasado por los liderazgos comunitarios y por organizaciones de base tiene todo que ver con lo antes dicho.

En esa medida, el alza del precio del diésel, uno de los motivos de las protestas, es solo un indicio, un síntoma de algo más grande, de las consecuencias negativas que ha significado para los pueblos la aplicación de proyectos neoliberales basados en la ética del mercado, del extractivismo, de las privatizaciones,  de la concentración del poder económico y político, y de las ganancias desmedidas que, hacia afuera, crea el imaginario del progreso económico como única alternativa de vida válida.

Este imaginario deja de lado, invisiviliza, excluye y desconoce las otras sabidurías, lenguas, epistemologías, formas de relacionamiento, y organización económica, política y social. Así los pueblos y nacionalidades parecen no encajar en los proyectos de estados homogéneos y depredadores, por lo tanto parecen no tener espacio en el futuro.

Fotografía: Redes sociales

De ahí, que la presencia de las narrativas de la resistencia y de la construcción de imaginarios alternativos es importante porque proponen otros futuros posibles, pero además confrontan y denuncian la situación de pobreza y exclusión que viven estos pueblos, y las violencias físicas, verbales y simbólicas que se dan tanto desde el Estado como de la población ecuatoriana mestiza que reniega, y siempre ha vivido avergonzada de sus orígenes.

Tal es el caso de Otavalo, ciudad designada como “intercultural”, epicentro de las protestas, en donde los “otavaleños de bien, honestos, honrados y trabajadores”, como se han autodenominado, han inundado las calles y redes sociales con calificativos e insultos racistas como: indios vagos, atrevidos, ignorantes, sucios, salvajes, violentos, ingobernables, raza asesina y terrorista, etc., en rechazo a la presencia de los kichwas en las calles. Incluso hay personas que han cuestionado los cuerpos y la manera de ser de los hombres Kichwa Otavalo, a quienes por tener el pelo largo se les ha cuestionado su integridad.

Todo esto evidencia que el pensamiento colonial aún impera en todas partes y que éste sale a flote en momentos de crisis como los que vivimos hoy en día. Así, las luchas se han convertido en espacios de disputas físicas, verbales y simbólicas ahondando las divisiones y prejuicios entre ecuatorianos, mientras el Estado, por su parte, rechaza y reprime las narrativas de resistencia y esperanza colectiva nacidas desde los pueblos y nacionalidades.

Pero, las comunidades no son un mundo ideal, hacia adentro algunas tensiones se han evidenciado en estos días, y para poder avanzar, es necesario reconocer autocríticamente que como movimiento, desde hace tiempo, nos ha faltado releer, renovar nuestro proyecto político, nuestros discursos y liderazgos priorizando lo local. Tanto como nos descompone la violencia estatal nos avergüenza que en estas jornadas de resistencia aparezcan “políticos” o grupos políticos, propios y ajenos, que buscan aprovecharse buscando protagonismo y visibilidad. Esto no lo digo para quedarnos en acusaciones infructuosas, sino para accionar y reconstruir colectivamente, y desde los más diversos espacios, nuestras organizaciones.

Fotografía: Redes sociales

A nivel nacional, también veo la necesidad urgente de construir algo nuevo, un proyecto colectivo de país distinto, de liderazgos comprometidos, serios y éticos porque es lamentable decirlo, en medio de tantas lamentaciones e indignación, que ni las llamadas izquierdas “revolucionarias”, ni sus representantes han logrado entender y respetar las demandas culturales e históricas de los pueblos y nacionalidades, menos aún, lo han hecho las derechas oligárquicas empresariales y sus delirios de poder desmedido; quienes han sido y son los defensores de lo establecido, es decir de sus privilegios.

Igualmente, es imprescindible señalar que gran parte de la sociedad ecuatoriana mestiza ha fracturado su capacidad para levantar la voz, ha sido el Movimiento Indígena quien alza la voz por los intereses generales, pero no es responsabilidad solo de los “indios” ejercer una democracia que vaya más allá de sufragar cada cuatro años.  Sigue pendiente, entonces, el enrumbar a este rico y diverso país entre todos a la estabilidad con justicia y dignidad, no solo para las personas, sino también, para la naturaleza, hoy devastada.

Lo que quiero decir, es que es tiempo de mover las narrativas, los discursos, las actitudes individualistas, los deseos de figurar para conseguir alguna dadiva política o económica y soñar-pensar-accionar en futuros alternativos desde los territorios donde la memoria, la cultura, la lengua, la oralidad, las estéticas, las ritualidades, las escrituras y las artes han sido y son nuestras mejores fortalezas para nuestra sobrevivencia.

Cuando a nivel global, las aspiraciones desarrollistas de devastar la Tierra y escapar a Marte, es el plan de los más ricos y poderosos del mundo, para nosotros la única posibilidad es la responsabilidad que tenemos con nuestros ancestros y con la tierra que habitamos de construir aquí una vida digna para todas y todos, no como ficción romántica sino como prácticas cotidianas y políticas reales.

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