Por Pablo Salgado J.
Escritor y periodista
El año que termina fue un año único. Ojalá Irrepetible. Un año que todos queremos olvidar lo más pronto posible, pero no podremos hacerlo; permanecerá en nuestra memoria por el resto de nuestros días. Nunca como en este 2020, la humanidad permaneció confinada en sus propios hogares. Nunca, como en este año, las calles, las plazas, las carreteras, las autopistas y aeropuertos estuvieron vacías y desoladas. Y nunca como en este año murió tanta gente por una misma causa, un virus que ha acabado con la vida de 1 millón 700 mil personas.
El 2020 fue un año que afectó a todos los países y a todos los sectores. La catástrofe económica, en el caso de Ecuador, se acentuó por la corrupción y el desmantelamiento del Estado y los servicios públicos, entre ellos la salud y la educación.
El confinamiento y el encierro aceleraron el proceso de digitalización y la virtualidad se volvió cotidiana. Nunca como en este año se visitaron, virtualmente, tantos museos y centros culturales, o se leyeron tantos libros digitales, o se miraron tantos documentales y películas a través de las plataformas, y se escucharon tantos conciertos desde casa. Pero también nunca como hoy se evidenciaron las enormes brechas digitales; solo el 47% de los hogares en zonas urbanas tiene acceso a internet. Según UNICEF, 6 de cada 10 niños no pueden continuar sus estudios a través de plataformas digitales. Y nunca como hoy han aumentado las cifras de la deserción escolar, del desempleo, de la inseguridad, de la pobreza, de los suicidios.
Nunca nos había pasado. El mundo detenido; los teatros y centros culturales se cerraron; los amplificadores se silenciaron; las luces se apagaron; las carpas se levantaron; los camerinos se vaciaron; y muchos artistas, productores, técnicos y gestores se quedaron sin trabajo. Millones de dólares en pérdidas en el sector cultural; en el caso de Ecuador, entre 20 y 30 millones mensuales, según el ex Ministro de Cultura, Juan Fernando Velasco.
Al unísono, el mundo cantó Resistiré y prometió que, al salir del encierro, todos seríamos mejores. El mundo uniformado, con mascarillas y antivirus en las manos. Mientras las economías se derrumbaban, un grupo de grandes empresarios -como siempre ocurre en las crisis- multiplicaba su riqueza. En el caso nuestro, en Guayaquil vivimos las escenas mas dolorosas; decenas de cadáveres en las calles y sus familiares desesperadas buscando una ayuda, la que nunca llegó. Solo ataúdes de cartón y los cuerpos inertes agolpados en contenedores. Hasta hoy, numerosas familiares buscan los cadáveres de sus seres queridos.
Como no es posible sostener un confinamiento durante tanto tiempo, había que volver a las actividades presenciales. A partir de octubre, poco a poco se empezaron a reabrir algunos escenarios; tímidamente y con aforo reducido se levantaron los telones de las salas de cine y teatros. Varios espacios de coworking lograron reabrir y, con gran esfuerzo y creatividad, reiniciaron sus actividades, y siguen de pie luchando por no perecer en el intento.
El 2020 evidenció la gran precariedad que ya estaba instalada en el sector cultural y patrimonial y que se ahondó con la pandemia. Una precariedad que obligó a muchos artistas a dedicarse a otras actividades para subsistir, ante la gran indolencia de las autoridades de cultura y cierta incomprensión de la propia sociedad frente al trabajo de los artistas y creadores.
La respuesta del gobierno frente a la emergencia, lo sabemos, fue lamentable e indignante. Prefirió pagar la deuda externa y no atender a los más vulnerables; los rostros de quienes lo hicieron nunca los olvidaremos.
Pero ¿cuál es la “cultura” que se instala en el país, cuando prevalece la impunidad frente a los actos de corrupción? ¿O cuando socialmente son aceptados aquellos que, de la noche a la mañana, aparecen como los nuevos ricos, y todos saben que son dineros mal habidos? ¿O cuando jóvenes vinculados a la farándula presumen de una vida de millonarios? ¿Y lo que es peor, personajes que toda la vida han conformado bandas delincuenciales y que ahora se han vuelto intocables? El confinamiento y la precariedad como herramientas para la configuración de una sociedad que, inmovilizada, no sabe cómo reaccionar y hacer frente a un discurso desde el poder, falso y mentiroso, y que tiene como objetivo implementar un modelo neoliberal privatizador que beneficie a una minoría empresarial y bancaria.
Y lo mismo en el sector cultural, sino cómo entender que durante la pandemia el gobierno realizó una serie de ofrecimientos pero todos se incumplieron. Y, paradójicamente, el ministro que prometió e incumplió, Juan Fernando Velasco, dejó el ministerio, precisamente, para presentarse como candidato, por Ruptura-Construye- a la presidencia del país.
Lo penoso es que hasta el momento no existe una respuesta, eficiente y efectiva, que mitigue la grave situación de los artistas y gestores. Ni existirá. De ahí que los artistas y creadores, curtidos ya en estas batallas, han debido, por cuenta propia, inventarse formas de sobrevivencia. El Ministerio de Cultura y patrimonio sigue ausente y despistado; atrincherado en los fondos concursables y créditos de la banca pública, y dedicado a destituir funcionarios que “se oponen a los intereses del gobierno” y a chatarrizar, fundir y desmantelar el tren patrimonial de Alfaro.
La pobre y mediocre tarea cumplida por el IFAIC colmó la paciencia de los gestores culturales. La solución que encontró el Ministro Velasco fue imponer obediencia y fusionar el IFAIC con el ICCA, de modo ilegal e inconstitucional. El otro fracaso institucional fue la imposición de la economía naranja, la visión neoliberal de las industrias culturales, en un sector ya precarizado y en un momento de profunda crisis institucional y económica.
El Municipio de Quito también se vio rebasado por la necesidades y demandas de los actores culturales, y se evidenció la incapacidad de gestionar la cultura en la ciudad; cero políticas públicas, ausencia de un plan de contingencia, y los escasos recursos se dedicaron a shows y espectáculos. Quedan también en nuestra memoria las imágenes de los músicos de los elencos del Teatro Sucre protestando en la Plaza grande, reclamando el pago de sus haberes atrasados y la falta de recursos para que las Fundaciones culturales puedan continuar trabajando. Tampoco el Municipio generó un plan de reactivación económica para la cultura, apenas shows para ciertos grupos, bandas y productores. La ordenanza para la cultura y el espacio público sigue esperando. Y la Secretaría de Cultura terminó el año con ofensivos y peregrinos discursos de sus funcionarios. Y por su fuera poco, como regalo de navidad, corrieron de su lugar de trabajo, en la Ronda, al colectivo Quito Eterno. De Ripley.
La Casa de la Cultura Ecuatoriana, no levanta cabeza; sigue sumida en un tedio y sopor de años, apenas si unos dos o tres Núcleos han logrado reconvertirse y establecer otras dinámicas para su gestión, tal el caso de Manabí y Azuay. Y la gestión del Núcleo de Pichincha, no puede ser peor; marcada por denuncias de irregularidades que de modo constante realizan sus propios vocales, empleados y funcionarios.
Es difícil establecer hechos destacados en medio de tanta precariedad. Pero no podemos dejar de mencionar que un buen número de festivales, sobre todo de cine, se realizaron a través de plataformas digitales y el Euro cine con aforo limitado. No así los de música, que se suspendieron. Pero los conciertos virtuales no se han aplacado y, a pesar de las dificultades que implica financiar costos, continúan realizándose en las distintas plataformas.
Así las cosas, es un año para en verdad olvidar. Un año repleto de decepciones y sufrimientos. De ahí que es necesario destacar el esfuerzo, la tenacidad y la decisión de un gran número de artistas y gestores culturales que, ya curtidos en mil batallas, se empeñaron en no rendirse y generar recursos, a través de diversos mecanismos colaborativos, para no cerrar y seguir creando y trabajando en lo que aman. Espacios como El Útero, Casa Mitómana, Mi Longa, Ocho y Medio, Media Agua; galerías como Mas Arte, No Lugar, lograron resistir y siguen de pie. Así mismo, pequeñas librerías y editoriales independientes consiguieron conectarse con sus lectores y resistieron la tormenta; o colectivos patrimoniales que, pese a todo, volvieron a contar sus historias y contribuyen a preservar nuestra memoria.
Al final, un recuerdo muy sentido a todos aquellos artistas y gestores que partieron; Diego Brito, Claudio Durán, Alfonso Cachiguango, Jorge Núñez, Honorio Granja, entre otros. Así mismo, un recuerdo a decenas de colegas periodistas que cumpliendo su deber se contagiaron y, lamentablemente, nos dejaron; los recordamos con cariño y admiración.
El 2020 es un año que esperamos nunca se repita. A pesar de todo, no podemos perder la esperanza, por ello confiemos en que con el nuevo año recobremos el bienestar y la alegría. Y este es también, de todo corazón, mi deseo para todos los lectores.