lunes, febrero 3, 2025
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La banalización de la política nacional

Por: Gabriel S. Galán Melo

La banalización de la política es un fenómeno en el que el discurso y la práctica política, en general, pierden rigor, profundidad y seriedad. La banalización malogra la política y la convierte en un triste show mediático o en un burdo y breve contenido viral en las redes sociales. Por este, la política se reduce malamente a espectáculos vulgares, simplificaciones procaces y estrategias demagógicas. En este, observamos la tendencia inconsecuente de gobernar a través de X o TikTok, eludiendo deliberadamente al debate serio en instancias institucionales. Y en época de proselitismo, obviamente, vemos la sustitución infame de programas políticos y de gobierno reales, necesarios y factibles por discursos demagógicos que apelan solo a la emoción y no a la razón. Así, hemos escuchado en estos días, por ejemplo, la promesa vacía de los “planes” Chino, Ocico, Papa, ArTillería, entre otros, así como hemos presenciado la desesperación absurda de ciertas masas por hacerse de un muñeco de cartón o la perversa “empatía” inhumana que algunos sectores muestran con las propuestas de muerte y cementerios.

Pero, ¿por qué tenemos esta clara afección al morbo que se divulga en redes sociales y a través de los medios de comunicación masiva? Porque la banalización de la política se manifiesta a través de formas que siendo diversas no son más que espectáculo para entretener y distraer a la población: el circo romano. Por ello, hace uso de eslóganes vacíos, personaliza en extremo el poder, reduce el debate político a frases efectistas y hace primar la imagen sobre el contenido. En este escenario, los medios de comunicación masiva y las redes sociales, en general, han convertido la política en un show, donde importa más la apariencia y el impacto emocional inmediato que las ideas y propuestas. Por esto, los “líderes” políticos recurren a mensajes simples y polarizantes, en lugar de promover debates profundos sobre los problemas estructurales del país. Y lo hacen, irresponsablemente, porque el desinterés político ciudadano y la crisis de representación que atravesamos genera un electorado que prefiere cómodamente mensajes fáciles y entretenidos, en lugar de discursos complejos y técnicos. Es decir, gusta más de la difusión de mensajes muy breves y risibles en redes sociales, lo cual anula, lamentablemente, la reflexión crítica.

Por ello, en la política nacional se han sustituido, finalmente, los argumentos racionales por los ataques personales y los lemas vacíos. Sencillamente se privilegia el impacto mediático de imágenes y frases sobre la verdad y complejidad de los problemas reales del país. En el que, el discurso político se ha vuelto sectario y violento, reduciendo inhóspitamente los espacios para el consenso; situación perniciosa que, en último término, aleja, además, a los ciudadanos de la participación democrática porque perciben la política como un espectáculo vacío, que paradójicamente aúpan escondidos a través de las mismas redes sociales en un círculo vicioso muy peligroso. ¿Qué hacer?

Mucho se ha dicho sobre reformas institucionales que tiendan a fomentar mecanismos que reduzcan la demagogia y fortalezcan la deliberación democrática. Pero muy poco se ha discutido sobre la necesidad de fomentar el pensamiento crítico en la ciudadanía para evitar la manipulación mediática. Los ciudadanos deberíamos demandar debates profundos y propuestas concretas. O sobre la urgencia de promover medios de comunicación que prioricen el análisis y la investigación, es decir, la necesidad de contar con periodistas serios y responsables. Pues, la solución es tener una ciudadanía informada y comprometida para fortalecer la democracia y la toma de decisiones basada en el conocimiento y el debate serio.

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