miércoles, febrero 19, 2025
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(In)Tolerancia y reconciliación nacional

Por: Gabriel S. Galán Melo

Para Karl Popper una sociedad no puede ni debe ser tolerante de manera ilimitada porque corre el riesgo de ser destruida, precisamente, por los extremo-intolerantes. Popper sostiene que la tolerancia no puede ser absoluta porque paradójicamente permitiría la imposición de la intolerancia y la eliminación de la diversidad de pensamiento. No obstante, la solución no está en la censura indiscriminada ni en el rechazo por el otro: por aquel que sencillamente piensa distinto. La clave está en encontrar un adecuado equilibrio entre la defensa de los principios democráticos y el reconocimiento indiscutible de que la pluralidad política y la diversidad de pensamiento son el cimiento de cualquier sociedad libre.

En Ecuador, los últimos resultados electorales evidencian una profunda polarización. La tensión entre aparentes opuestos, la desconfianza mutua y la permanente agitación en el debate público han alcanzado niveles tristemente preocupantes. La afrenta irrazonable que hemos observado en estos días nos está desintegrando socialmente. La tacha respecto de que la “mitad” de los electores son posiblemente delincuentes es tremendamente atrevida. ¿Debemos tolerar una postura así? Hoy más que nunca debemos reflexionar seriamente sobre la paradoja de la tolerancia formulada por Karl Popper.

Ya que, es menester y urge a todos los ecuatorianos reconstruir con tolerancia el tejido social de nuestro país, pero sin caer en la permisividad de los discursos que atentan contra la convivencia democrática sin importar de donde provengan estos. Para ello, es imperativo, primeramente, establecer límites claros a la intolerancia que busca degradar las instituciones y los derechos fundamentales. No podemos ceder ante el autoritarismo, el extremismo o la desinformación. Y, en segundo lugar, debemos defender la democracia con firmeza, pero generando, a su vez, espacios suficientes de diálogo genuino en los que el debate político no se reduzca banalmente a la sola demonización del adversario.

Pues, la reconciliación nacional no significa eliminar las diferencias ni exige -y menos aún por la fuerza- homogenizar el pensamiento. Busca, más bien, reconstruir la confianza en el otro; trata del reconocimiento de que el país pertenece a todos y de que la política no es un campo de batalla en el que importa solo la victoria sobre el enemigo, porque si permitimos que la intolerancia sea la que dicte las reglas del juego, el resultado será inevitablemente un país ingobernable y fragmentado. Por el contrario, si reafirmamos nuestro compromiso con una tolerancia crítica bien entendida, empezarán a sanar las heridas que nos dividen.

No va a ser fácil: el resentimiento, la frustración y el miedo no desaparecen de la noche a la mañana. Pero es momento de recordar que la democracia no solo es un sistema de gobierno, sino una forma pacífica de convivencia. Si queremos un futuro en común, debemos aprender a tolerarnos sin renunciar a la defensa de los valores más esenciales. Es momento de reconciliarnos, no desde el olvido, sino desde el reconocimiento de nuestra diversidad y la ratificación de un compromiso serio por la nación entera.

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