miércoles, mayo 28, 2025
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Jonás Dávalos, entre el rock ejecutivo, las leyes, y el apostolado de servir

Ricardo Dávalos durante un ensayo con la banda Mary Jane, donde su voz y presencia en el escenario reviven su pasión juvenil por la música. Fotos. Cortesía

Desde muy pequeño, Ricardo Jonathan Dávalos Marín supo que su vida estaría marcada por la pasión. Ya fuera por la música, la justicia o la amistad, cada decisión suya ha estado guiada por una intensidad profunda, casi visceral, que todavía lo acompaña a sus 47 años.

Nació en Quito el 7 de abril de 1977, en una familia tradicional que le inculcó valores rígidos, respeto por la autoridad y una noción muy marcada del deber, pero también silencios que luego le costaría aprender a traducir.

Ricardo siempre soñó con estudiar en el Colegio San Gabriel. Desde niño asistía a la iglesia La Dolorosa, donde escuchaba atento las homilías del padre Alan Mendoza. Allí, entre cantos litúrgicos y ceremonias solemnes, comenzó a forjarse un vínculo especial con la espiritualidad y la estética, que más adelante reconocería como pilares de su sensibilidad artística. «Para mí, el colegio era más que un lugar de estudio, era un símbolo de lo que quería llegar a ser», recuerda.

Ingresar al San Gabriel no fue fácil. En 1988, cuando logró entrar, el colegio tenía una de las mejores reputaciones académicas del país. «Era muy difícil entrar al San Gabriel, era un colegio muy apetecido, muy respetado», afirma con una mezcla de orgullo y gratitud. Y aunque al principio fue víctima de algunas bromas por su baja estatura, pronto encontró su lugar. “Los tres primeros años fui objeto de burlas, pero desde cuarto curso todo cambió. Ahí me encontré con mis verdaderos amigos, los de toda la vida”.

Su grupo de amigos se convirtió en una hermandad inquebrantable. Hasta hoy se mantienen en contacto, se apoyan y celebran juntos los hitos importantes. “Mis panas son como mis hermanos. Compartimos mucho más que recuerdos escolares, compartimos una forma de ver el mundo”. Esa hermandad, forjada entre aulas, canchas y convivencias, es uno de los tesoros que más valora.

Jonathan eligió especializarse en Ciencias Sociales, decisión que sorprendió a pocos, dado su amor por la historia, la literatura y el arte de forma general. «Nunca dudé en escoger Sociales. Me encantaba la oratoria, la historia, la música. Las matemáticas no eran lo mío”, confiesa entre risas. Durante esos años, también floreció su vena artística: participó en concursos de oratoria, obras de teatro, y cultivó un gusto particular por el cine y la lectura.

Uno de sus recuerdos más poderosos es la experiencia con el «quijotito», el apodo con que los gabrielinos llamaban al examen oral sobre Don Quijote de la Mancha. “Fue un reto y una revelación. Me hizo amar la literatura desde otro lugar, me ayudó a entender que las grandes historias también reflejan nuestras propias luchas internas”.

Al graduarse en 1994, Jonathan tenía claro que quería estudiar Derecho. Ingresó a la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, donde no solo fortaleció su formación profesional, sino que también se reencontró con los valores inculcados en el colegio. “En la universidad me di cuenta de que todo lo que nos exigieron en el colegio nos dio una base increíble. Sabíamos investigar, sabíamos leer con criterio. Éramos disciplinados”.

Desde muy joven comenzó a trabajar. Su primer empleo fue en un estudio jurídico, impulsado por la necesidad de pagar los daños de un accidente automovilístico. Había comprado su primer auto con mucho esfuerzo y, tras un choque, su padre lo instó a asumir las consecuencias: “Él me dijo: si quieres el auto, lo arreglas tú”. Ese episodio marcó su entrada al mundo adulto y fortaleció su sentido de responsabilidad.

Pero su vida no fue solo leyes y códigos civiles. Ricardo había estudiado música en el Conservatorio Nacional desde niño. Aunque no logró graduarse por una travesura infantil que le costó la expulsión, su vínculo con la música se mantuvo intacto. “Me sacaron por niño travieso, pero la música siempre fue mi escape, mi forma de respirar”.

El exalumno del San Gabriel combina su carrera jurídica con su amor por el rock, un vínculo que nunca abandonó desde su adolescencia.

En la universidad, un amigo lo invitó a cantar en una banda de rock. Así nació Mary Jane, su proyecto musical más querido. Jonathan era el vocalista. Tocaban en bares, festivales y eventos estudiantiles. “La banda fue un refugio, una trinchera emocional. Ahí podía ser quien realmente era, sin miedos ni etiquetas”.

Durante mucho tiempo, convivió con una sensación constante de insuficiencia. Sentía que no era lo suficientemente alto, lo suficientemente fuerte, lo suficientemente bueno. “Viví con un complejo de inferioridad durante años. Fue una lucha silenciosa, muy solitaria”. Esa inseguridad, alimentada por la presión familiar y social, le impidió explorar con libertad su vocación artística. “Yo quería ser actor, ese era mi verdadero sueño. Pero no lo decía, por miedo”.

La vida, sin embargo, le presentó un nuevo desafío que lo obligó a redefinir sus prioridades: el nacimiento prematuro de sus mellizos. Fueron semanas difíciles, entre incubadoras, hospitales y oraciones. Verlos aferrarse a la vida con fuerza lo transformó por completo. “Ellos me enseñaron que la vida no puede posponerse. La vida es ahora. Si no la vives, se te va”.

Ese renacer interior lo llevó a reconciliarse con su historia, a aceptar sus luces y sombras. Retomó su amor por el arte, se permitió volver a cantar y empezó a compartir su historia sin culpa ni vergüenza. “Hoy entiendo que mis cicatrices también son parte de mí. Y que ser vulnerable no me hace débil, me hace humano”.

A lo largo de su vida ha combinado su pasión por la música y la actuación con el ejercicio de su profesión y el emprendimiento en diversos ámbitos empresariales. En la actualidad es líder de la banda Mary Jane (la primerísima Banda de Rock Ejecutivo del mundo mundial). Además, es Presidente de ASIA San Gabriel (Asociación de Antiguos Alumnos del CSG), desde donde participa en encuentros, charlas y actividades solidarias. “Uno nunca deja de ser gabrielino. Es una forma de mirar la vida, de enfrentar los problemas, de buscar siempre el bien común”.

Habla con entusiasmo sobre el lema ignaciano del colegio: «Ser más para servir mejor». Para él, no es solo una frase. Es un norte. “Ese lema me guía hasta hoy. No importa si estás en un juzgado, en un escenario o en tu casa. Siempre puedes servir. Siempre puedes aportar”.

Ricardo Jonathan Dávalos Marín es un abogado, un padre, un artista y, sobre todo, un hombre que aprendió a mirar hacia dentro para sanar. No ha renunciado a sus sueños. Solo ha aprendido a vivirlos a su ritmo, sin máscaras. Con la certeza de que, como él mismo dice, “la vida es ahora”.

Con micrófono en mano, Dávalos interpreta temas que marcaron su juventud, demostrando que los sueños musicales no tienen fecha de caducidad.

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