Por: Patricio Carrera Andrade
Fotos: Fernando Sandoval
‘El Relámpago’ Torres fue un conocido luchador en la década de los setenta, considerado el más rudo de los peleadores y ovacionado por multitudes.
Gerardo Torres mira con cierta desconfianza, pero con la cabeza erguida, sus ojos grandes resaltan en su rostro adusto adornado con un bigote. Cada vez que pronuncia una palabra, el pecho le sobresale: “sí…. yo soy ¨ ¡El Relámpago!”, responde entornando los ojos, con los brazos pegados a su cadera cuya estatura alcanza el metro setenta.
A los 80 años, ‘El Relámpago Torres” conserva intacta la vitalidad de sus años de juventud en los que fue considerado el mejor luchador de Quito. Saluda apretando la mano fuerte, pero imprimiendo la dosis de presión justa para no lastimar, pero asegurándose de que transmita cordialidad.
Enseguida sonríe al tiempo que invita a pasar a un gimnasio improvisado dentro de un intento de galpón techado en el patio trasero de su casa de La Ferroviaria, al sur de Quito, al que se llega flanqueando la casita de un piso dividida en cuartos, donde reside con su esposa y 2 hijos que se acomodan allí con sus respectivas familias. Mientras avanza hacia la puerta del local, cuenta que una veintena de niños y jóvenes del barrio acuden asiduamente a ese sitio para aprender técnicas de la denominada lucha libre.
Adentro, entre pesas artesanales hechas de fierros reciclados acomodados sin diagrama, resalta un enorme ring de cuerdas rojas que ocupa casi las dos terceras partes del local, “pero con la medida oficial de 6 por 6”, aclara el viejo luchador levantando la voz mientras pasa la mano sobre el lado derecho de la lona blanca del cuadrilátero.
Torres contó que alcanzó la fama en la década de los sesenta cuando el cachascán era una actividad -parte deporte parte show- que convocaba todos los fines de semana a miles de seguidores.
“Era tanta la gente que acudía al coliseo Julio César Hidalgo”, con capacidad para alrededor de 5 mil espectadores, en el centro de la urbe, “que muchas personas se quedaban afuera porque ya no cabía ni un pelo”, recordó con su voz carrasposamente acentuada, tal vez por el hábito de fumar que no ha podido abandonar, al igual que su gusto por la halterofilia que aún practica cuando su ánimo se lo permite.
“El ejercicio es vital a cualquier edad, ese es el secreto de la eterna juventud”, remarca con la autoestima que ha acuñado durante años de practicar el deporte que más le gusta: La lucha libre.
‘El Relámpago’ fue descubierto por uno de los luchadores que en 1958 admiraba mucho: “El Temerario Carvajal” quien llegó un día a las piscinas del Sena que en esos años era la única que existía en la zona de la Recoleta, en el centro sur de la urbe, la cual fue construida por orden militar a principios de los cuarenta. Este sitio era célebre porque las dos albercas contenían agua tan fría, que los instructores la utilizaban para templar los nervios de los conscriptos a los que obligaban a zambullirse con uniforme.
Posteriormente se abrió al público y los quiteños del sector acudían masivamente, más por apostar quien era el valiente que se lanzaba primero o quien resistía nadando en esas heladas aguas.
“Este sitio era uno de mis favoritos cuando era muchacho” cuenta Torres, ya que además había zona de ejercicios con barras e incluso pesas que le encantaba levantar antes de subir a lo alto del trampolín para saltar a la piscina.
«Allí se me acercó El Temerario luego de verme haciendo las barras y me dijo si quería ser luchador”. No lo pensó dos veces y desde ese día, a los 18 años, inició una carrera que terminaría a mediados de los setenta, por 2 razones: el espectáculo empezó a decaer y halló trabajo en una compañía petrolera en la amazonia.
“Al luchador se lo respetaba en mis tiempos” aseguró mientras miraba de lado al cuadrilátero de su rústico gimnasio, “éramos contados y se tenía que aguantar topetazos, golpazos, coscorrones, cachetadas, guantazos, patadas voladoras, codazos… por eso era esencial saber las técnicas para golpear y caer sin hacerse daño”, comenta Gerardo mientras hace el ademán de flexionar el brazo izquierdo, lo cual infla su pronunciado bíceps.
A inicios de los setenta, en la ciudad, personajes de la lucha popular mexicana como El Santo, Blue Demon, Huracán Ramírez, Mil Máscaras eran idolatrados en Quito por las películas que se proyectaban en los cines de la capital, por eso no tardaron en asomar las réplicas y esa influencia también motivaba a los empresarios a montar carteleras cada semana.
Los combates se pactaban con una semana de anticipación y se promocionaban en la radio y con carteles gigantes en las afueras del Coliseo.
La lucha local también contaba con personajes reconocidos como el Monje Loco, La Pantera Negra, Fortunato el Hermoso, El Comanche, Temerario Carvajal o el Relámpago Torres, lo cual aseguraba taquilla agotada cada semana por lo que la paga a los gladiadores era buena, “la lucha me dio mucho”, confirmó Gerardo.
De esa época ‘El Relámpago’ recuerda los enfrentamientos con su archirrival ‘El Comanche’.
“Era tanta la adrenalina de los combates que una vez no me di cuenta que me había partido el brazo. ‘El Comanche’ me arrojó al suelo, enseguida me levanté y cuando quise usar mi mano derecha me percaté de que el brazo estaba colgando, la gente gritaba y aplaudía pues pensaba que era parte del espectáculo.
Las peleas eran reales, “no como ahora que son puro teatro, por eso hay que revitalizar la lucha libre dándole ese toque de realismo que había antes”, comenta el luchador quien estima que una de las causas para que haya decaído el cachascán en nuestro país es que la gente notaba que eran fingidas.
Por eso intenta retomar esta práctica con jóvenes interesados en esta actividad y utiliza su gimnasio para que la lucha libre vuelva a tener el esplendor que tenía, entrenando sin cobrar nada a quienes quieran aprender.
Su hijo Roger ‘Komando’ Torres le ha tomado la posta y formó una empresa denominada EFW (Ecuador Full Wrestling) que realiza eventos en el ring del gimnasio con luchadores locales una vez al mes.
“Recibimos cerca de 100 personas que repletan el gimnasio”, comenta Roger, quien heredó la pasión de su padre por las luchas, los fanáticos del barrio pagan 4 dólares, aunque reconoce que en la puerta muchos regatean el ingreso.
La escuela de mi padre es la original, “muy ruda”, opina ‘Komando’, quien también ha implementado técnicas modernas. “Hay que darle espectacularidad y a la vez transmitir al público que los enfrentamientos son reales, para eso nos entrenamos”.
Pero la difusión de la lucha libre es casi nula en la ciudad y se efectúa en este tipo de espacios “undergrounnd” en el caso de la arena manejada por Komando en la casa de su padre se organizan encuentros, en las que participan hasta 16 luchadores, los cuales pueden extenderse hasta por dos horas.
La taquilla se la reparte entre todos, comenta Roger quien está empecinado en devolverle el esplendor a este deporte a punta de ánimo, “faltan empresarios que invierta, nosotros no tenemos los recursos” dice Komando quien para sobrevivir cotidianamente se dedica a vender cuadros que el mismo pinta, en el puesto 9 del mercado artesanal de Quito.
‘El Relámpago’ sigue activo practicando pesas cuando puede, y de vez en cuando se lanza al ring, para ayudarle a su hijo a enseñar a los cerca de 15 discípulos regulares que afirma acuden casi todas las tardes, para que aprendan como se hace una sentadilla, la toma de media Nelson, las cachetadas en el pecho o la manera de lanzarse de las cuerdas.
Aunque ya no intenta luchar, Torres asegura que es sencillo “como botarse a la piscina facilito”, dice.
Para demostrar que sabe de lo que habla le indica al Komando que le siga, se trepa al ring levantado a un metro del suelo, se saca la camisa y flexiona los brazos hacia adelante con fuerza lo que le tiempla los músculos del cuello; estira cada pierna y hace una sentadilla sin mucho esfuerzo al tiempo que mira a su hijo serio y le hace una seña con el brazo estirado apuntado hacia la lona.
El Komando asiente con la cabeza y se va a la mitad del ring Gerardo trota alrededor de su hijo con los brazos hacia abajo y las manos abiertas, luego se para de frente y agarra con ambas manos los hombros del contrincante quien al sentir el peso frunce el ceño. Komando se defiende y calca el movimiento tomando distancia de su papá quien en cambio le coge el brazo izquierdo y con la misma viada se lo pone detrás de la espalda mientras le hace un candado al cuello.
Komando le toma la mano y la empuja hacia arriba, se libera, da vuelta y golpea el pecho de su padre con fuerza, Gerardo cae de espaldas y con las manos abiertas golpea la lona y el ring se estremece, pero enseguida se incorpora con un movimiento de resorte y vuelve a trotar como si nada. Las gotas de sudor asoman tímidas como un rocío en la frente del luchador, su rostro se ha enrojecido y su semblante brilla “la lucha es muy fácil” vuelve a insistir al tiempo que choca la mano con su hijo antes de bajar del ring.
Gerardo cuenta que hace ejercicio casi todos los días, al igual que cumple con sus deberes maritales con su esposa 15 años menor, sin que eso le impida despertarse temprano para hacer la rutina de levantamiento de pesas, por eso asegura que nunca se ha enfermado a pesar de su hábito de fumador. “Fui una vez al doctor cuando tenía 30 para el chequeo obligado por el trabajo, luego a los 60 cuando me jubilé, para completar los requisitos; supongo que me tocará ir ahora que cumpla los 90”, comenta sonriendo.