viernes, marzo 28, 2025
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La “estupidez” como amenaza moral y política

Por: Gabriel S. Galán Melo

Para el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer, el mal más peligroso no es el odio ni la crueldad o la perversión del poder, sino la “estupidez” del ser humano. Bonhoeffer advierte que el “estúpido” no es un ignorante, sino un absoluto incapaz de pensar con criticidad y de reconocer la verdad a pesar de que la tenga en frente. Para Bonhoeffer, en definitiva, la estupidez no radica en la falta de inteligencia, sino en la renuncia voluntaria a la reflexión crítica. El estúpido no razona por sí mismo. Repite consignas, se refugia en clichés y se pliega a la mayoría. De manera que, la estupidez no es un defecto intelectual, sino un problema ético y social severo, pues, según este teólogo protestante -muerto a manos del nazismo-, la estupidez es más peligrosa que la maldad porque contra la maldad, en último término, podemos elevar nuestra protesta… podemos combatirla o denunciarla; por el contrario, contra la estupidez estamos completamente desarmados.

Y es que, para Bonhoeffer, estupidez no es un insulto sino una advertencia ética; ya que, la mayor amenaza que podría existir en cualquier sociedad no es el mal consciente, sino la estupidez acrítica que lo permite, lo reproduce y lo hace perpetuo. Lamentablemente, hoy en día, en nuestro país, que atraviesa por niveles considerables de violencia, desinformación, desinstitucionalización y polarización, esta conjetura del teólogo alemán resulta inevitablemente esclarecedora -y profundamente perturbadora- del fenómeno social en el que vivimos. Puesto que, la “actitud estúpida” se vuelve especialmente cínica en contextos en los que el poder político se apoya en la manipulación emocional, el miedo o el discurso reduccionista. Ecuador, en este sentido, se ha vuelto tristemente terreno fértil para esta forma de estupidez.

Luego del debate presidencial de este día domingo, de la expansión del crimen organizado, de la captura del Estado por intereses eminentemente privados y de la erosión generalizada de la confianza institucional es evidente que estos fenómenos no solo se explican ni se articulan por la maldad de unos pocos, sino por la complacencia o, peor aún, la complicidad inconsciente de la gran mayoría. Cuando la ciudadanía vota movida por el pánico, el resentimiento o el mesianismo, se normalizan los discursos autoritarios y las soluciones mágicas a problemas estructurales y se repite sin cuestionar lo que dicen los candidatos o las redes sociales, sencillamente se empuja al mecanismo al que Bonhoeffer le temía: la desactivación de la conciencia moral individual.

Lamentablemente, la democracia ecuatoriana no está sitiada solo por agentes externos (como grupos de delincuencia organizada, corrupción o una posición geopolítica vulnerable), sino también por la incapacidad colectiva de pensar con profundidad, de asumir responsabilidad y de resistir a la manipulación, que concluye configurando una forma perversa e interna de sabotaje. En este sentido, la estupidez no es un accidente, resulta una herramienta útil para aquellos que están en el poder y necesitan un pueblo obediente y emocionalmente dominable. Ciertamente, el ecosistema mediático ecuatoriano (tanto prensa tradicional como redes sociales) ha contribuido de manera eficaz a esta situación; el sensacionalismo, el discurso amigo/enemigo (bueno/malo) y la superficialidad de los debates han reemplazado la deliberación pública. La mera opinión se impone sobre el argumento y la emoción sobre el dato.

Para Bonhoeffer el estúpido no puede dialogar porque no escucha; solamente responde con frases hechas, con furia o burla, y es incapaz de reconsiderar su posición. Vimos mucho de esto en el debate. Por ello, Ecuador no necesita más reformas legales, necesita una revolución moral que despierte el pensamiento, la responsabilidad y el coraje cívico. Solo así será posible romper el círculo de violencia, corrupción y desesperanza que hoy nos amenaza.

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