Pablo Salgado
Periodista y escritor.
El pasado 6 de octubre, la Plaza Grande se llenó de músicos. Varios grupos de cámara, de instrumentos andinos y los tríos de música nacional interpretaron sus repertorios al pie del Palacio Municipal. Pero no era una serenata, ni era una fiesta de la música. No. Todo lo contrario, era un plantón de protesta contra los recortes municipales para la cultura y la falta de pago a los funcionarios y empleados, incluidos los elencos musicales. Esta falta de recursos ponían en riesgo la continuidad de las actividades de los teatros -Sucre, Variedades, México- que administra la Fundación Teatro Nacional Sucre.
El día anterior, los funcionarios de la Fundación Teatro Sucre, y una vez que agotaron las instancias de diálogo, emitieron un comunicado, en el cual manifestaban: “La fundación atraviesa momentos aciagos, como parte de una cadena de producción cultural que corre el riesgo de parar sus actividades por la falta de atención de las autoridades… el silencio y el abandono impiden el digno trabajo de más de 125 artistas y todo el equipo de profesionales.”
De esta manera, hicieron pública una situación difícil e insostenible, pues el Municipio ni siquiera había firmado el respectivo convenio para la transferencia de los recursos económicos correspondientes al presupuesto del 2020. Y lo que es más, lo mismo sucede en la Fundación Museos de la Ciudad y a la Biblioteca Metropolitana también le recortaron sus presupuestos.
Estos lamentables hechos reflejan no solo la precariedad del sector de la cultura, a nivel nacional y local, sino que evidencia también la caducidad de un modelo de gestión que, en varias ocasiones, ha sido cuestionada: fundaciones privadas con presupuestos públicos, y con directorios conformados por funcionarios municipales. Pero también, evidencia la escasa gestión desde la Secretaría de Cultura, convertida en productora de eventos. Y, sobre todo, revela la nula decisión política del Alcalde, el Concejo municipal y del propio Secretario de Cultura para generar políticas públicas para la cultura en la ciudad, y para emitir, al fin, una ordenanza para la cultura que el propio Concejo municipal, hace ya 4 años, encargó a la Secretaría de Cultura.
Las lucecitas de colores, los shows y las tarimas reemplazaron a la posibilidad de una gestión seria, activa y con la participación de los actores culturales. Acciones clientelares que vienen desde la gestión del alcalde Rodas y que sirven para supuestamente elevar los perfiles de las autoridades municipales. Eventos clientelares que además se producen con la participación de los elencos de la Fundación Teatro Sucre, que habitualmente acompañan los recorridos y actos del alcalde de turno.
La pandemia y la emergencia sanitaria también evidenciaron la escasa, o nula, capacidad de respuesta de las autoridades de cultura. Apenas si el Concejo municipal aprobó una resolución que “exhortaba” al Alcalde Yunda a que incluya a la cultura en el Plan de reactivación económica de la ciudad. Pero no, ningún plan de reactivación efectivo y viable ha sido presentado, y peor ejecutado. Apenas la creación de “Corredores de cultura” en las calles peatonizadas del Centro histórico con grupos de música -sobre todo folclórica- sin pago alguno, lo que mas bien contribuye a precarizar aún más al sector cultural.
Lo mismo sucedió con la conmemoración de los 42 años de la declaratoria de Quito como patrimonio de la humanidad, cuando -durante el mes de septiembre- se confeccionó un programa de eventos en Quito y sus parroquias. El secretario Diego Jara anunció orgulloso: “No hemos gastado un solo centavo en la programación.” ¡Plop! Cuando lo correcto era justamente lo contrario, aprovechar esta oportunidad para activar la economía de los artistas y gestores culturales. Y no es un gasto, es una inversión necesaria en tiempos de emergencia económica y social.
Lo cierto es que las autoridades municipales nunca entendieron que la actividad cultural y las expresiones artísticas son bienes necesarios e imprescindibles. Y al igual que las autoridades nacionales nunca se enteraron, al menos, que muchos gobiernos de América y Europa declararon a la cultura como un bien esencial. Continuaron ejecutando medidas neoliberales, recortes y despidos, que han agravado profundamente la difícil situación del sector cultural.
Frente a esta penosa realidad, las asociaciones y gremios de artes escénicas emitieron, el 19 de octubre, una carta abierta al Secretario de Cultura, Diego Jara, en la cual manifiestan que se ha “confundido cultura con eventos, y arte con espectáculos”: “La falta de visión estratégica y el desconocimiento del lugar que ocupa la cultura en el sistema de derechos de una población y su aporte para el desarrollo integral de una sociedad han llevado a que la misma institucionalidad de la ciudad se vea en riesgo”.
Y como si fuera poco, el cordonazo de San Francisco también se encargó de evidenciar aún más la precariedad de la cultura en la ciudad, patrimonio cultural de la humanidad, cuando el Teatro Sucre -el escenario emblemático del Ecuador- hizo aguas con numerosas goteras que permitían el paso de la lluvia.
Sin duda, esos baldes y bandejas que los funcionarios del teatro colocaban apresurados para recoger el agua, es la fiel imagen de la gestión cultural de la Alcaldía y la Secretaría de Cultura en la capital de todos los ecuatorianos. (O)