Gabriel Galán Melo
Licenciado en Ciencias Jurídicas y Abogado de las Cortes y Tribunales de Justicia por la PUCE. Especialista Superior en Tributación y Magister en Derecho con mención en Derecho Tributario por la Universidad Andina Simón Bolívar. Magister en Derecho Civil y Procesal Civil por la UTPL. Mediador acreditado (en Mediatores).
A raíz de la pandemia, los problemas comunes -y visibles- de la ciudadanía son: el hambre, la enfermedad y la ignorancia; por ello, anhelamos en conjunto la prosperidad, el progreso y la libertad. Sin embargo, paradójicamente, vivimos anclados a múltiples contradicciones. Buscamos ser fulanos o menganos, como si una posición de extremo en particular nos permitiese materializar nuestros anhelos.
Vivimos entre los relatos de aquellos que pretendieron derrumbar la efigie de la Reina Isabel (La Católica) y de quienes flamearon en la República (independiente) de Ecuador banderas con el aspa de Borgoña. De aquellos que marchan en contra de la injusticia social y de los que se escudan en tales manifestaciones para incendiar instituciones, infraestructuras de servicio público u otro tipo de bienes como “represalia” por dicha injusticia. De quienes culpan al socialismo o al neoliberalismo y de quienes los valoran, protegen y hasta pretenden imponerlos por la fuerza.
Lamentablemente, nos estamos acostumbrando a vivir entre derechas e izquierdas, entre buenos y malos… estáticos en el tablero en el negro o en el blanco. Buscamos ser fulanos y no menganos, entre posiciones aparentemente contrapuestas, pero siendo finalmente los mismos. Somos ecuatorianos, a todos nos indigna la injusticia y clamamos por gobiernos honestos e instituciones eficientes que solucionen las necesidades comunes urgentes. No obstante, torpemente nos apropiamos de las necesidades que compartimos para transformarlas en un problema ideológico, racial o de creencias y dogmas personales, cuando el problema es estructural… cuando el problema también está en nosotros. Buscamos siempre culpables y no soluciones. Interpelamos al otro por pensar diferente y renegamos de los sentimientos y aspiraciones comunes.
Hemos desarrollado un sentimiento profundo de insatisfacción por todo lo que tenemos y por todo lo que no tenemos. Sentimiento que se alimenta de la violencia perpetua que se genera en las contradicciones provocadas por quienes se posicionan en los extremos y que no ha podido ser canalizada a través de los mecanismos institucionales usuales. Es hora de volcarse al equilibrio. Es momento de aunar fuerzas entre todos para alcanzar el objetivo común de reducir la pobreza. Es tiempo de ubicarnos en el centro, de tomar lo positivo de los bandos creados artificialmente por intereses protervos.
Debemos empezar -en conjunto- la construcción de nuestro propio camino. Los extremos no resuelven el hambre, la enfermedad ni la ignorancia. Tenemos que construir sobre la base del respeto por el otro, sobre la sapiencia de la empatía. Nadie puede resolver nuestros problemas sino nosotros mismos. Solo nosotros podemos encontrar el camino que debemos transitar. A fin de cuentas: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar…” (O)