Alex Ormaza
Periodista y becario Fulbright por EE.UU. con más de 28 años de experiencia periodística. Fue editor de los semanarios Washington Hispanic y Washington’s Voz en Estados Unidos y de la revista Diálogo-Américas.
En la misma medida que todos conocemos o sabemos de alguien que estuvo o está contagiado de covid-19, cada vez más ecuatorianos conocemos, sospechamos o sabemos de alguien que se dedica al microtráfico o narcomenudeo con impunidad.
Lo sabemos por la cantidad de negocios-fachada en nuestros barrios, por los vehículos y propiedades caros injustificados que poseen, porque alguien lo sabe de primera mano y nos lo contó o porque es un secreto a voces.
Nos lo confirman las frases lapidarias “ajuste de cuentas” o “disputa de territorio”, con las que los medios de comunicación y la policía dejan en el olvido los mil y un casos de sicariato o enfrentamientos a bala que se reportan diariamente en el país.
Si los ciudadanos de a pie tenemos en el radar a los microtraficantes y sus cabezas, es evidente que también lo haga la policía. Especialmente desde las Unidades de Policía Comunitaria (UPC), un modelo diseñado para conocer a fondo sus áreas de operaciones, a través de la observación y de sus informantes.
Las preguntas que saltan ante el imparable mal son ¿Desánimo o corrupción policial?
Desánimo porque en muchas ocasiones el policía apresa a un microtraficante, el juez lo deja libre porque no hay prisión preventiva, y en el proceso ordena que el detenido se presente cada 15 días al juzgado. Si no se presenta, el juicio se suspende por ley, el microtraficante nunca regresa y sigue vendiendo.
Cuando solamente lleva consigo la dosis de consumo, el microtraficante se declara consumidor, la policía lo deja ir, el tipo vende esa dosis de consumo y repite la operación varias veces al día. El truco es que siempre va a tener una sola dosis en su cuerpo.
La otra sospecha es que el policía forma parte de la red o recibe coimas para hacerse de la vista gorda. En sus purgas periódicas, la misma Policía Nacional ha corroborado esto. Cuando esto sucede, resulta tan grave tener una policía al servicio de los narcos como tener a los vendedores de drogas en la calle.
Lo bueno es que en sentido general, nadie en su sano juicio puede acusar a la Policía Nacional de inacción en el combate a las drogas ilegales. Ahí están las incautaciones de toneladas y toneladas en los puertos, aeropuertos, pistas clandestinas, y fronteras terrestres y marítimas. Es decir, el grueso del accionar y éxitos de la Policía Nacional está en el combate a los carteles internacionales, pero no podemos decir lo mismo sobre su eficacia en el combate al microtráfico.
Y la razón para no descuidar el microtráfico es simple:
Ecuador es un país de tránsito de drogas en el que los operadores que facilitan ese tránsito reciben sus pagos en droga, no en dinero, por lo que para obtenerlo en efectivo, estas mafias crean progresivamente mercados cautivos a quien venderle esas drogas. (O)
Sí, y tal como lo tememos, ese creciente mercado está compuesto por consumidores cada vez más jóvenes, entre ellos nuestros estudiantes.
Si no paramos esto ahora, no es nada halagador imaginarnos donde estaremos en 5 ó 10 años. (O)