Las pequeñas salas del Microteatro Quito reabrieron el pasado mes de Octubre. Y lo hicieron entusiasmados, luego de haber permanecido cerradas durante más de siete meses. Para ello debieron realizar una importante inversión en la adecuación de las salas, con el fin de garantizar el estricto cumplimiento de los protocolos de bioseguridad.
Exactamente lo mismo sucedió en Ocho y Medio, luego de permanecer cerrado varios meses readecuaron sus salas, incluyeron varios elementos -maniquíes, rollos de películas- y hasta montaron una exposición de vestuario y utilería. Además, gracias a un fondo alemán, realizaron varias mejores, nuevos equipos de ventilación e incluso una recreación. Todo con el fin de volver a tener un público para su aforo reducido: “hicimos esa instalación porque es una sala viva, no es una sala muerta; estamos vivos,” afirma su directora, Mariana Andrade.
Sin embargo, el pasado 1 de abril el COE Nacional obligó a cerrar nuevamente las salas de cine, salas de teatro, de danza, de música, provocando significativas pérdidas para todos los artistas, técnicos y gestores del sector cultural.
El sector de la cultura sigue siendo incomprendido e invisibilizado. El COE considera que las salas y teatros tienen un alto grado de probabilidades de contagio, aunque no ha presentado ningún estudio técnico que lo determine. La directora de Ocho y Medio, Mariana Andrade, nos dice visiblemente molesta: “Cuando estás caminando para ganarle al miedo, para recuperar la confianza de la gente, el COE te cierra y la verdad es muy doloroso, frustrante, angustiante, y estoy totalmente indignada.”
De la misma forma, Alejando Lalaleo, director de Microteatro Quito, también está inconforme y no encuentra razones lógicas para el cierre: “Dentro de un reducidísimo aforo, hacer teatro es ir en contra de todo. Quienes hacemos cultura somos tercos, vamos contra la corriente y nos la jugamos. Hicimos una nueva inversión y cuando empiezas a caminar nos cae este baldazo, y todos los equipos se tienen que parar. No entiendo por qué esta lógica de cerrar un teatro y no un restaurante o un centro comercial. Una vez mas somos invisibles.”
Es por esto que Mariana Andrade, ya no confía en las autoridades culturales y se siente no solo defraudada sino abandonada. Y ya no espera nada de las instituciones de cultura: “Lo que quiero es que se vayan. Por último, no estorben. Ya váyanse. Nosotros seremos capaces, con valentía, de levantarnos y no dejar morir estos espacios.”
Efectivamente, a pesar de las enormes pérdidas que implica el cierre de los espacios culturales ni el gobierno central ni el gobierno local han generado planes ni de mitigación ni de reactivación económica. Por el contrario, las autoridades culturales han guardado silencio, no han dado la cara y no han sido capaces de defender al sector al cual se deben. Y tampoco han sido capaces de generar información del impacto que la crisis económica y la pandemia ha generado en el sector.
El productor Emilio Mejía hizo públicas, en el programa La noche boca arriba, las cifras generadas por los propios actores musicales, y son muy elocuentes: en este último año se han cancelado 9.500 espectáculos; 280 eventos corporativos; 290 conciertos musicales; 9 conciertos de giras internacionales. Estas cancelaciones han afectado a 39 mil personas que están vinculadas con el sector musical y escénico: técnicos, sonidistas, personal de limpieza, de catering, de producción, artistas, diseñadores, boleterías, etc.
Las salas han cumplido con todos los requerimientos de bioseguridad. Y son espacios pequeños, con ventilación y a las que asisten un promedio de 15 personas y todas guardan los debidos protocolos: “No hablan, no consumen alimentos, están con sus mascarillas y en silencio, concentrados en la obra o la película,” dice Andrade.
Y tiene razón. Por esto no es aventurado asegurar que en estos espacios existen menos probabilidades de contagio que en aquellos lugares en donde hay aglomeraciones y no guardan los protocolos de bioseguridad.
La Organización Mundial de la Salud y la UNESCO realizaron un estudio en el cual se determina que el arte y la cultura son elementos esenciales para la salud mental y recomienda a los gobiernos nacionales la implementación de programas de cultura para mitigar los efectos de la pandemia. Sin embargo, el gobierno y las autoridades de salud han ignorado estas recomendaciones. De ahí que concordamos con Mariana Andrade, cuando afirma: “la salud mental va a ser la enfermedad del siglo post pandémico.”
El estado de excepción, por resolución del Tribunal Constitucional, terminará el 9 de abril. Esperamos, entonces, que se reabran las salas y los espacios culturales y todos tengamos la posibilidad de asistir y sanarnos. Porque esto es lo que permite el arte, curarnos.
Dos días después, el 11 de abril, se realizarán las elecciones de segunda vuelta. Los artistas y gestores han resistido y seguirán resistiendo pero es necesario que también desde el Estado y las entidades de cultura se implemente un Plan de reactivación económica, entendiendo además que es un sector esencial que debe ser tomado en cuenta.
Confiamos en que el nuevo gobierno cambie el rumbo y el modelo económico para que en el Ecuador no sigan incrementándose las cifras de desempleo, de pobreza y se frene el desmantelamiento de los servicios públicos.
Votemos con responsabilidad y, sobre todo, con sabiduría. Y que pronto, los telones se abran y vuelvan los abrazos.