Por Pablo Salgado J.* escritor y periodista
“Mi vida siempre estuvo acompañada de líneas, como las de mis bocetos. Pude colorear la fantasía, pude vestir a seres inexistentes, o vestir al viento, al agua.”
Pepe Rosales
¿Qué tienen en común Ricardo III, Don Quijote, Bernarda Alba, Santa Juana de América, Medea, el doctor Fausto, Hamlet, y la Cenicienta? Tienen en común algo muy importante, que todos fueron vestidos por Pepe Rosales, uno de los más importantes diseñadores de vesturario de nuestro país.
José de la Cruz Rosales Pizarro, llegó a Quito desde Chile junto a otros numerosos compatriotas que debieron exiliarse a raíz del golpe de estado de Pinochet. Muchos de ellos decidieron hacer de la capital ecuatoriana su lugar de residencia y se vincularon al quehacer cultural de la ciudad. Inmediatamente, en 1974, Rosales se sumó al grupo de artistas que crearon la Compañía Nacional de Danza, y luego colaboró con el Ballet Ecuatoriano de Cámara. Después fue docente en la Universidad Central. Trabajó, siempre como diseñador y vestuarista, en casi todas las obras importantes de teatro, ópera, musicales, películas, series de televisión, etc. que se han producido en los últimos 40 años. Es más, podríamos decir que casi no ha existido grupo teatral ecuatoriano que no haya acudido a Pepe -como ya todos lo conocían- para sus montajes. No solo en Quito, sino en el resto del país.
Hace 5 años, El Apuntador con el patrocinio de Produbanco realizó quizá el más significativo homenaje a la trayectoria de Rosales, la publicación del libro “De hilo y tiempo,” una recopilación de su trabajo, tanto en diseño de vesturio como de escenografía. Una muestra de los 40 años de su vinculación con las artes escénicas del Ecuador. Un libro de amplia circulación, 8 mil ejemplares, y que permitió a la mayoría de lectores conocer y descubrir que existe otro protagonista -oculto- en el montaje de una obra teatral: el diseñador del vestuario. Y que uno de los mejores es Pepe Rosales.
Es extremadamente amplio, diverso y continuo el trabajo de Rosales como diseñador de vestuario. A través de sus diseños podemos contar la historia del teatro ecuatoriano. Así de importante es su trabajo. Pero además, en sus diseños no solo se expresa las necesidades de representación estética de los personajes de cada obra teatral, sino que en esos diseños, en esos materiales, en esos colores y texturas, en esos hilos y puntadas está también la representación simbólica del teatro nacional. Ese es su gran valor. Y ese es su gran legado. Y ese valor y ese legado debemos preservar.
Es por esto que todos -sector escénico e instituciones culturales- somos corresponsables de garantizar la conservación -y puesta en valor, como dicen los antropólogos- de esa inmensa contribución a la cultura escénica del país. De ahí que nos preguntamos: “¿Qué será de esos miles de bosquejos, de bocetos, de dibujos que Rosales ha producido en estos 40 años? ¿Qué serán de los centenares de vestuarios y escenografías elaborados en tantas obras no solo de teatro, sino también en el cine y la televisión? ¿Acaso se perderán -o ya se perdieron- sin que a nadie le importe?
La Fundación El Apuntador, dedicada desde hace muchos años a las artes escénicas, recibió en custodia una parte importante del trabajo de Rosales. Pero ¿y el resto? Cuánto bien le haría al país, contar con una casa-museo en donde los estudiantes de arte y el público en general pudieran acercarse a la historia de nuestro teatro a partir de los bocetos, dibujos, el vestuario y la escenografía diseñadas por Pepe Rosales.
A propósito, lo mismo nos preguntamos respecto a todo el vestuario de las obras que se han montado en el Teatro Nacional Sucre a lo largo de más de 130 años. ¿En dónde están? Sobre todo de aquel periodo anterior a la creación de la Fundación Teatro Sucre. Los grandes teatros nacionales tienen un museo, en el que se puede apreciar, entre otros elementos, todos los vestuarios que, a lo largo de los años, se han utilizado en las obras producidas.
Recordemos también que hace varios años, la familia del querido Ernesto Albán, Don Evaristo, donó a la Casa de la Cultura los trajes, el sombrero, los discos con las Estampas quiteñas, afiches, etc. para que se cree el Museo Ernesto Albán. Efectivamente, se habilitó un espacio en el edificio de los espejos, pero luego de poco tiempo se cerró. Por ello, vale la pena preguntar a las nuevas autoridades ¿En dónde están todos esas prendas y más elementos de Ernesto Albán?
Y un ejemplo más, el grupo Teatro Ensayo -que tiene ya 58 años de vida- realizó una exposición del vestuario, escenofrafías, afiches, guiones, programas de mano, en el Museo de Arte Colonial. Materiales que han sido guardados y conservados con gran dedicación por Isabel Casanova y Antonio Ordoñez. Bien valdría que también tengan un espacio para que sean exhibidos de modo permanente. No sucedió lo mismo con el grupo Malayerca y su casa, junto a la Iglesia de El Belen, que cuando cerró tuvo que vender los afiches, los libros de su biblioteca, cierto vestuario, utillería, etc. para recaudar dinero y liquidar a sus integrantes.
Ecuador es un país que valora poco a sus artistas y grupos culturales. Y, por tanto, poco o nada valora su trabajo. Por ello, en tantos casos, se ha perdido el legado de nuestros artistas. Siempre prevalece el desprecio, el quemeimportismo y el desdén del Estado. A diferencia de otros países, que valoran, reconocen y conservan el legado de sus grandes creaadores.
Quizá por esto, por el temor que Pepe Rosales sintió a sus 82 años, resolvió retornar a su lugar natal, Chile, para reencontrarse con su familia y disfrutar, junto a sus seres queridos, los últimos años -que esperamos sean muchos- de su vida: “A mi edad no es bueno la soledad, y en estos días hemos aprendido lo efímero que puede ser la existencia. Secuestraré sus rostros, sus nombres, sus voces, para nunca sentime solo,” dijo Pepe en su carta de despedida.
Pepe -Pepito para muchos- se había ganado el cariño de todos; por su don de gentes, su amabilidad y su permanente predisposición no solo para el trabajo sino para colaborar con todos, incluso con los inexpertos jóvenes que se iniciaban en la escena teatral. De ahí que al enterarse de la decisión de regresar a Chile, el Teatro Sucre y varios grupos y artistas escénicos le brindaron, en la víspera de su partida, un merecido homenaje. El Municipo de Quito le entregó la Mención de honor Marieta Veintimilla “por sus servicios relevantes a la ciudad y en reconocimiento al notable servicio a la comunidad.”
Solo nos queda decirle a Pepe Rosales, gracias por tu trabajo, por tu calidad humana, por el cariño que guardas por Quito y el país. Gracias por tu aporte a las artes escénicas del Ecuador. Y si, siempre te recordaremos con mucho color.
hace aaaaaños, no sé si estabas tu en el Ministerio, propusimos desde El Apuntador, la creación de un ARCHIVO DE LAS ARTES ESCÉNICAS, no pasó nada, la verdad es que el entonces ministro el poeta, dio su visto bueno, pero luego vino el siguiente y dijo que ‘iban a crear un gran archivo nacional’, aquí seguimos esperando. Estamos trabajando nuevamente en la propuesta