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Borrar el mural y la memoria de la ciudad

Pablo Salgado periodista y es escritor
Pablo Salgado periodista y es escritor

Por Pablo Salgado J.

Una fotografía en redes sociales lo advirtió. E inmediatamente se sucedieron los reclamos y la indignación.  Se estaba borrando el “mural” del reconocido artista Luigi Stornaiolo que se pintó, hace ya siete años, en la plaza de Los Capellanes, en el muro del Monasterio de la inmaculada Concepción. Una intervención artística que logró una profunda identificación en los habitantes del centro histórico de Quito, que se sintieron representados en aquellos dos personajes, a tal punto que el mural es conocido como Los jubilados, ya que a solo unos metros, en la Plaza Grande, decenas de personas de la tercera edad se reúnen diariamente -cuando las vallas y alambradas no les impiden el paso- para conversar y dialogar.

Y ese es, precisamente, el mayor valor de ese mural, la apropiación ciudadana. De ahí que la respuesta fue inmediata y unánime; todos en defensa del “mural” y exigiendo al Municipio que no se lo borre. Todos, incluso los propios artistas y creadores. No es fácil que la ciudadanía se apropie de una obra artística y la defienda porque la siente suya. Pero esto sucedió con el mural de Luigi Stornaiolo.

El “mural” fue realizado en el año 2014, tal como lo contó su gestora Marcela Slade, artista y galerista, quien mantuvo en Cumbayá la galería Xerrajeros, entre el 2013 y 2016: “En el año 2014 empezamos las gestiones para pintar el mural, firmamos un convenio, por dos años, con Inmobiliar, por un valor de 25 mil dólares (que incluía derechos de autor, materiales, y mantenimiento), y finalmente recibimos la aprobación y “bendición” de las monjitas del Monasterio.” Mural Dos -su verdadero nombre- es una adaptación de un boceto -Determinismo Sinóptico- realizado por Luigi -en lápiz sobre papel- de su pintura al óleo La Reflexión de la realidad caricaturizada, 1986.  Se lo conluyó, e inauguró, en enero de 2015.

El mural tiene una mayor importancia y significación porque adquirió el carácter de “Fundacional.” Es decir, que a partir de este mural se generaron otros en el Centro histórico de Quito. Este mural, particularmente, provocó un gran interés en los caminantes y visitantes, pues a diario los turistas acuden a la plaza a contenplar el mural y realizarse fotografías. Con este mural la plaza se convirtió en lugar de encuentro, de conversación y disfrute. Ese es su verdadero valor. No es un mural que se pinta hoy y se borra mañana para reemplazarlo con otro, pues no es grafitti. Así funciona el arte público; murales icónicos que adquieren un valor patrimonial, más aún si está ubicado en un Centro histórico como el de Quito. Y ese es el valor que el Municipio, a través de la Secretaría de Cultura y el Instituto Metropolitano de Patrimonio, deberían cuidar y preservar. No olvidemos que la propia Ley orgánica de cultura y patrimonio -tantas veces incumplida, violada y mancillada-  establece expresamente, en su artículo 28, que la memoria social debe ponerse en valor también en el espacio público. 

Sin embargo, el Municipio se ha lavado las manos. Emitieron un comunicado en el cual explican el proceso técnico del mural y sostienen que es un asunto privado que le corresponde únicamente resolver a las monjitas del Monasterio. El Secretario de Cultura, Juan Martín Cueva, manifestó que el Municipio no ordenó borrar el mural y que se enteraron por las redes sociales. Eso si, afirman que “les entristece que se pierda una maravillosa obra, pero que al estar en un predio privado no existe vulneración alguna de la normativa vigente.” ¿Cuál normativa, si no existe ninguna ordenanza para uso y acceso al espacio público? Cueva afirmó que se le ha ofrecido a Stornaiolo otro espacio, aún no determinado, para que se pinte el mural.

Con la escalada religiosa que vive el país -a raíz de la llegada de Guillermo Lasso a la presidencia- se han empezado a  copar los espacios públicos con imágenes religiosas, y ésa sería, precisamente, la intención de las monjitas del Monasterio, quienes además han demandado, en reiteradas ocasiones, al Municipio, el cuidado del muro. Pero nada. Cada vez es menor el presupuesto que el Municipio invierte en el Centro histórico; de 92 millones de dólares en el 2015 a solo 16 millones en el 2021, a pesar que reciben, por competencias patrimoniales, esos recursos -90 millones, aproximadamente- para ser invertidos exclusivamente en temas patrimoniales.

El borrar el mural evidenció también la ausencia de una normativa que regule y norme el uso y acceso al espacio público. Y que además cumplan con los mandatos de la Ley orgánica de cultura y patrimonio. Existe un quemeimportismo en los últimos Alcaldes de la ciudad -Mauricio Rodas, Jorge Yunda y Guarderas- y el propio Concejo Metropolitano por salvaguardar los patrimonios.  No se ha expedido ninguna Ordenanza sobre cultura y patrimonio a pesar que existe una resolución, de hace ya 6 años, para que la Secretaría de cultura presente al Concejo un texto de ordenanza.  Seguimos esperando. 

El Municpio de Quito, al igual que la mayoría de gobiernos locales del país, poco hace para comprender y entender los procesos de arte urbano que existen en nuestras ciudades. Quito es una ciudad múltiple que ha crecido desordenamente y sin planificación alguna, y que genera también múltiples expresiones de arte en la calle. Las autoridades son ajenas a estos procesos. Y han sido incapaces de entenderlos. Es lo que sucedió con el famoso mural Las Tejedoras instalado en la 24 de Mayo -mejor conocido como Pikachu- que, en el marco del Bicentenario de la Independencia, se inauguró con bombos y platillos a partir de una donación del gobierno de España, precisamente, los conquistadores de quienes nos liberamos. Hoy ese mural ha sido vandalizado. Es decir, no existió ninguna apropiación ciudadana, porque sencillamente fue impuesto por la autoridad.

La docente universitaria y especialista en arte calle, María Fernanda López, sostiene que el arte urbano solo aparece cuando hay polémicas. Por ello es contundente cuando afirma: “Hoy el mural tiene la atención pública porque es el maestro Stornaiolo, quien  ha tenido una gran influencia en toda una generación de artistas urbanos. Pero el arte de calle es invisibilizado.  De ahí que tenemos que hablar de clase; de alta cultura y baja cultura. Pero debemos preguntarnos a quien se persigue y a quien se canoniza. Me llama la atención que el Municipio no tenga respuestas. El Ministerio de cultura tampoco tiene respuestas. Que si es un muro público, que si es privado. Nadie tiene respuestas. Y si quieren borrar el mural, les informo que hay procesos de conservación que deben aplicarse. Procesos que ejecutan en otros países, menos en Ecuador, con tantas piezas fundacionales que han sido borradas. También se generó una polémica con el murral de Okuda, que tiene grandes deficiencias artisticas y técnicas, pero bajo el muro está un enorme nivel de indigencia y de violencia. La gente está harta de que le maquillen la pobreza. El mismo Okuda va maquillando por aquí y por allá. Hoy el verdadero arte de calle está sin espacios, sin muros, sin presupuestos y sin normativas. Es decir, estamos en un escenario donde las politicas  públicas son inexistenes y nulas.”

Efectivamente, a raíz de la polémica que generó Pikachu, el Instituto Metropolitano de Patrimonio anunció que ha creado el proyecto CaminArte, para pintar otros murales en espacios del Centro histórico. Se pintaron ya varios en las puertas lanfor de los almacenes del centro. Murales sin ninguna transcendencia, con temas trillados y con el peor y mas trasnochado folclor. Son en verdad garabatos, como afirma el diseñador Pablo Iturralde. Y, otra vez, absolutamente ajenos a los procesos de arte urbano de la ciudad, sin ningún plan de reactivación económica -ni siquiera de regeneración- peor de integración o de recuperar la vecindad y el tejido social del sector, a pesar que el Centro de Arte Contemporáneo convoca a reuniones “participativas” para activar el proyecto.

Pero ¿cuál es la solución para no perder tan valioso mural? Marcela Slade, quien actualmente reside en los Estados Unidos, responde: “Primero, es muy lamentable que el Municpio haya permitido que se borre ese mural, ya que se volvió un símbolo para todos los habitantes del centro histórico. Y segundo, el mural debe ser restaurado. Es decir, se debe pelar, picar, sanar y de ahí repintar la imagen. Stornaiolo conoce la técnica y el método utilizado y tiene la gigantografía-guia utilizada. Y no me parece justo que se ofrezca otro espacio en lugar de este mural. Le tomó  7 años al Municipio determinar que ese muro es privado.  Si algo se le debe ofrecer a Luigi es un segundo espacio.”  Así mismo, Marcela desmintió que en la obra original de Luigi -Reflexión de la realidad caricaturizada, 1986-  se encuentren representadas trabajadoras sexuales, tal como afirmó en La noche boca arriba Juan M. Cueva, sino que son otros tres jubilados.

Lo cierto es que las monjitas del monasterio afirmaron, a un canal de televisión, que el muro necesita mantenimiento y que han borrado el mural porque en ese espacio pintarán a la Virgen del Buen Suceso. Ese es el verdadero fondo. Y la verdadera intencionalidad al borrar el mural. La Iglesia, con la complicidad de los medios  de comunicación tradicionales, quiere seguir imponiendonos su Carita de Dios y seguir llenando las calles y las plazas -espacios públicos- de imágenes religiosas. A vista y paciencia, claro, de las autoridades patrimoniales y municipales, que seguirán lavándose las manos. Y cuidando los adoquines.

La ciudadanía quiere, y exige, a las autoridades municipales de cultura y patrimonio que no permitan que se borre el emblemático mural; que en ese muro, previo mantenimiento, deben seguir conversando esos dos abuelos, no solo como un merecido y necesario tributo a Los jubilados que tanto han aportado a la ciudad y al país, sino como una muestra de mínimo respeto a la memoria social de la capital de todos los ecuatorianos.

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