Por: Gabriel S. Galán Melo
Ecuador enfrenta nuevamente un proceso electoral. Este, más que en ocasiones anteriores, pone a prueba nuestras instituciones democráticas venidas completamente a menos y desafía la madurez cívica de todos los ciudadanos. En un contexto político marcado por la polarización, la corrupción y los profundos desafíos económicos, el voto responsable se instituye como un acto esencial para fortalecer la democracia y promover el bienestar común.
El voto no es simplemente un derecho, es también un deber cívico que acarrea consecuencias profundas en la vida de todos y cada uno de los ecuatorianos. Sin embargo, ejercer este deber requiere mucho más que acudir a las urnas; exige reflexión, análisis y, sobre todo, un compromiso insondable con el futuro del país. En una democracia, el poder reside en el pueblo y a través del voto delegamos dicho poder a nuestros gobernantes para que guíen el destino de nuestra nación.
¿Encargarías la decisión sobre el destino de tu vida a cualquiera?… No, yo no lo haría. Para mí, mi voto -en actitud responsable- debe ser el resultado consciente ante la previsión de las consecuencias a largo plazo de mi decisión: elegir opciones con propuestas vacías o con antecedentes cuestionables, por miedos impuestos o información falsa, puede hipotecar irresponsablemente el desarrollo de nuestro país por varios años. Por ello, no debemos caer en el falso dilema de los odios extremistas en derredor de un solo individuo.
Cuidado y nos embelesamos en esa torpe disputa y terminamos aplicando malamente y de modo irreversible en la política ecuatoriana el teorema de la Ley de Gresham.
Para Thomas Gresham, banquero y comerciante inglés del siglo XVI, la moneda de menor valor circula siempre más que la moneda de mayor valor (intrínseco), hasta que la expulsa, en definitiva, de circulación. Del mismo modo, en nuestro país, los malos políticos que han buscado el poder para conseguir solo su propio interés, han expulsado de los diferentes espacios de ejercicio del poder a los buenos políticos, es decir, a aquellos que han aspirado el poder con intenciones positivas y encaminadas al bienestar colectivo. Y nuestro voto ha sido cómplice de este fenómeno. Si no ratificamos a tiempo nuestro accionar, nuestra decisión final solo va a provocar resultados indeseables para todos los ecuatorianos.
Por eso, en este contexto, es fundamental que todos los ciudadanos adoptemos una actitud crítica frente a las propuestas y los antecedentes de los diferentes candidatos. No conviene dejarse seducir por discursos populistas o promesas grandilocuentes; debemos indagar sobre la viabilidad de los planes de gobierno, la transparencia de los aspirantes y su compromiso con los principios democráticos. Un voto informado es la base para evitar que se perpetúen prácticas clientelares y políticas reprochables que priorizan intereses particulares sobre el bienestar general.
En última instancia, el destino de Ecuador no está solo en manos de los candidatos, sino en la decisión que tomemos los electores. Cada voto cuenta y en conjunto tienen el poder de definir el rumbo del país. Por ello, en estas elecciones, no votes por hábito, emoción o presión. Vota con conciencia, con responsabilidad y con el firme propósito de construir un Ecuador más justo, transparente y próspero para todos.
Ciertamente, la democracia no se agota en el acto de votar, pero sí encuentra en este su punto de partida.