Por: Gabriel S. Galán Melo

La Pascua, en su raíz más profunda, es una celebración por la libertad. En la tradición judía, recuerda la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto y la promesa de una tierra libre. Y en la tradición cristiana, evoca la resurrección de Jesucristo y la victoria de la vida sobre la muerte. Rememora, en definitiva, el triunfo del amor sobre la injusticia. En ambas tradiciones, la Pascua enarbola, indefectiblemente, un mismo horizonte: el de la esperanza que surge de la sola expectativa de liberación. En Ecuador, dicha raíz pascual común adquiere, hoy en día, una relevancia particular.
Nuestro país atraviesa momentos oscuros marcados por la fragmentación social, la violencia, la desconfianza y el miedo. Vivimos atrapados en medio de odios cruzados, discursos excluyentes y promesas rotas que nos impiden caminar juntos. En lugar de avanzar hacia adelante como un solo pueblo, constantemente retrocedemos esclavizados por la enemistad. Sin embargo, la Pascua -en nuestra comprensión de Occidente- nos recuerda que la verdadera libertad no se reduce solamente al escape del yugo exógeno, ajeno o extranjero, sino que implica también la indispensable superación de las cadenas y grilletes opresivos propios, endógenos o internos: el resentimiento, la indiferencia y la desesperanza.
Hoy más que nunca, necesitamos liberarnos del odio que nos divide y escapar de las mentiras que nos ciegan y de la indiferencia que nos recluye. Es tiempo de pasar del oscuro encierro de la destrucción al espacio libre y esperanzador de la construcción e innovación. Es momento de superar el “yo” egoísta y abrazar el “nosotros” solidario. Es hora de dejar atrás el miedo y caminar con firmeza hacia la acción. Porque los ecuatorianos necesitamos permanentemente una pascua renovada, no como una celebración sino como un proceso. Uno que nos convoque a liberarnos, a abrazar un proyecto común, amplio, generoso e incluyente. Un proyecto de nación libre en el que nadie sobre y en el que todos tengan un espacio y una voz. Uno que no permanezca anclado a los fantasmas del pasado y que permita vislumbrar con esperanza nuestro futuro.
Porque la Pascua no es solo un recuerdo, una festividad o un día feriado; es un llamado. Es un susurro confiable de la historia que nos indica que la liberación sí es posible, pero que la misma no llega aleatoriamente. La libertad requiere decisión y sacrificio, pero, sobre todo: unidad. Que esta Pascua nos encuentre dispuestos a liberarnos de lo que nos impide vivir como un verdadero pueblo. Porque, como bien refieren “nuestros mayores”: solo los pueblos que recuerdan el valor de la libertad son capaces de construir un futuro con dignidad.