
La noche cayó con suavidad sobre el norte de la ciudad, pero en el Parque Bicentenario el cielo se iluminó con más que estrellas. Drones y luces multicolores trazaban sobre la oscuridad una promesa: Quito tiene nueva cara, nueva voz, una nueva Marca Ciudad.
En la explanada del Parque Bicentenario, los pasos de cientos de quiteños resonaban con expectativa y las palmas en los compases de la Banda Municipal, la Orquesta de instrumentos Andinos, así como de Guardarraya, la Máquina Camaleón y música a todo volumen a cargo de DJs. Allí no solo se celebraba una marca gráfica: se trataba de recordar de dónde venimos y hacia dónde vamos.
La Banda Municipal rompió el hielo. Luego, el ritmo creció con la energía de Guardarraya y La Máquina Camaleón. Familias, jóvenes y artistas respondían con aplausos y celulares en alto. Se trataba de un concierto, sí, pero también de una declaración de identidad.
A las 20:00, en medio del escenario bañado de luces violetas y rojas, apareció el alcalde de Quito, Pabel Muñoz. Habló de sol y montañas. De quebradas, de ríos, del centro del mundo. Y de un récord Guinness que, dijo con orgullo, “dibujamos juntos”.
“Más de 7 mil personas dibujaron a Quito en un corazón. Esta marca nació de ahí, de la gente. Es identidad compartida”, dijo con voz clara. No hubo necesidad de discursos largos: el público ya estaba con él.
Una marca hecha a muchas manos
La nueva imagen de Quito no se construyó en una agencia. No hubo licitación internacional. Según los organizadores, se invirtieron USD 60.000, y el evento completo no sobrepasó los USD 200.000. Pero su valor real, afirmaban, era intangible.
La propuesta nació de miles de dibujos realizados colectivamente. Niños, niñas, artistas, barrios enteros, universidades y vecinos contribuyeron a definir los símbolos que debían estar presentes: montañas, sol, latitud cero.
El diseño final, inspirado en los petroglifos de Tulipe —espacio sagrado del pueblo Yumbo—, recoge formas que remiten al conocimiento ancestral, al dios sol, a la infinitud. Luis Chalki, diseñador y funcionario municipal, fue quien encabezó el trabajo gráfico.
“Queremos que todos se animen a venir a esta ciudad del sol recto, la más linda del mundo”, insistió Muñoz. Su entusiasmo se contagió. En redes sociales, el video de la conceptualización ya circulaba y sumaba vistas.
“Es chévere pensar en el cielo de Quito.”, opinó Sergio Escalante, un joven que asistió al evento con sus compañeros de la Universidad, que no perdieron la oportunidad de aplaudir por los artistas invitados.
Cecilia Ojeda, otra de las asistentes aplaudió la iniciativa porque nace de aportes de los mismos ciudadanos. “Todos acolitamos. Fue una gran idea”, mencionó.
El alma de la ciudad y el futuro
Más allá del símbolo visual, la intención es clara: posicionar a Quito como un destino competitivo en cultura, turismo y economía. Por eso, la marca se renueva cada 3 a 4 años, siguiendo recomendaciones internacionales.
Edson Romo, gerente de Quito Turismo, explicó que el ícono ayudará a “rescatar el sentido de pertenencia y vender a la ciudad en el mundo”. Lucky Ganchala, uno de los creativos, destacó que este proceso fue colectivo, horizontal, auténtico.
El alcalde cerró la noche sin hablar de política ni de revocatorias. Solo habló de futuro: “Así como la dibujamos juntos, ahora, juntos, nos toca mostrarla al mundo”.
La música volvió a sonar. En el escenario, los colores de la nueva marca brillaban en pantallas gigantes. En el cielo, drones seguían trazando formas. En el piso, Quito entera se reconocía en sus líneas.
Como si el corazón colectivo de una ciudad milenaria se hubiese atrevido, por una vez, a dibujarse a sí mismo. A celebrarse. A mostrarse con orgullo. (I)