Esteban Ron Castro
Analista Político, Máster en Democracia y Buen Gobierno por la Universidad de Salamanca; Magíster en Comunicación Estratégica Universidad Andina Simón Bolívar; MBA Universidad Internacional Del Ecuador.
En nuestro país, por primera vez tenemos un esquema de debates presidenciales obligatorios, con las reformas introducidas al Código de la Democracia en febrero de 2020, con lo que se trató de dar satisfacción a un reclamo ciudadano en el ámbito electoral, ya que se estaba naturalizando la negativa de asistencia a los debates de cualquier tipo por parte de candidatos que se creen ganadores o que, en su defecto criticaban la objetividad de estos, dependiendo de los organizadores. Ahora esto queda eliminado siendo el árbitro electoral quien lo debe ejecutar de manera obligatoria (ahora tardía y con desaveniencias críticas del mismo).
A pesar, de esto, hemos presenciado el primer “debate” presidencial, en un esfuerzo privado realizado por parte de un medio de comunicación, el que denotó y desató un sinnúmero de comentarios por parte de todos los electores, los propios medios de comunicación, analistas y demás; lo que sí está claro, es que cada vez se pone de manifiesto de manera más fuerte el desatino de los candidatos en el abordaje de temas trascendentales, la retórica exacerbada sin contenidos; pero, lo importante una voz crítica ciudadana que exige de clase política la seriedad del caso.
El periodista español Manuel Campo Vidal escribió la obra “La cara cara oculta de los debates” en la que se analizan los debates presidenciales dentro de un sistema presidencialista (España), que puede ser un principal punto de partida en la política comparada y algo entender lo que ha pasado en este primer ensayo de discusiones contrapuestas.
No nos imaginamos qué tiene detrás un debate, posiblemente para los electores es un espacio hasta cívico en el cuál se dan a conocer ideas y planes de trabajo, los mismos que deben ser contrastados con otras ideas, planes de trabajo siempre con evidencia y razones críticas; pero hasta ahí. Este autor después de un análisis multifacético concluye y nos dice, que los formatos de estos, con intervenciones mínimas por parte del moderador, con grabaciones de las entradas y salidas de los contendientes además de los posados y sus reacciones en momentos de gran tensión, aporta al electorado una información no verbal muy valiosa para su mejor conocimiento de a quién votar, situaciones que no ocurren en otros países, con una tradición más extensa en el tiempo, y aquí hace alusión a países con cultura de debate como Estados Unidos.
Lo que me queda de este debate es que ningún esfuerzo en la contraposición de las ideas políticas y de gobierno es suficiente para generar en el elector ideas en la formación de su voto considerando todas las caras ocultas del mismo (posados, lenguaje no verbal y demás), lamentablemente todo esto depende de la variable no contralada, esta es el candidato.
Históricamente debates presidenciales en otros países han significado grandes cambios en elecciones presidenciales, no solo de la tendencia o preferencia votación; sino, en la estrategia de campaña y propuestas de la misma; ya en México en el año 2000 la disputa de Fox, Labastida y Madrazo es un caso de estudios de cambios en la estrategia política a partir del primera debate.
Esperemos que en Ecuador, al menos nos sirva para reflexionar el voto sobre la base de habilidades, más que deficiencias; propuestas más que demagogia; racionalidad más que especulación. Y, que los candidatos ofrezcan propuestas justificadas, aterrizadas y aplicables.