El «buen salvaje»

Lucila Lema

_{Comunicadora social, videasta, traductora, gestora cultural, poeta y narradora kichwa Otavalo. Ha colaborado con organizaciones indígenas como la Conaie, la Ecuarunari y Confeniae.}

Tal parece que los indígenas solo somos aceptados cuando se necesita promocionar turísticamente al país o cuando nos pueden mostrar en los museos como objetos coloridos y vistosos del pasado; que solo somos útiles cuando necesitan poner nuestra imagen en sus afiches y decir somos inclusivos.

Cuando queremos hacer cumplir nuestros derechos, cuando cuestionamos decisiones que afectan a las mayorías, cuando participamos políticamente y reclamamos claridad ya no somos ni necesarios, ni útiles, ni siquiera coloridos.

Y ahí, en ese espacio negado y oculto del racismo solo somos los salvajes, ignorantes que vienen a Quito a generar miedo, desorden y suciedad.

Entonces nos despertamos del sueño de que hemos caminado mucho en la construcción de una sociedad plurinacional e intercultural y nos cae fulminante el “pobrecitos los indígenas», «ellos se vuelven violentos», «que no les dejen entrar a la ciudad», y una serie de calificativos más al buen estilo de la visión del “buen salvaje” que creíamos haber superado.

¿Miedo de qué? A pedir trasparecía de unas elecciones que por todos lados parece fraudulenta.

Exigir un mínimo de respeto a la voluntad popular debería ser obligación de todos los ecuatorianos, si queremos defender el resquicio de democracia que nos queda, y no, como ha sucedido, alimentar odios y prejuicios frente a un sector, que con todas sus contradicciones internas, históricamente ha sabido dignificarse.

Ya ni siquiera se trata de quién gane las elecciones, se trata de un acto esencial de respeto a los ecuatorianos. Transparentar los resultados ni siquiera debería requerir el acuerdo entre los candidatos en discusión, debería ser el papel básico que debería cumplir la autoridad electoral, en cumplimiento de la ley. De eso se trata la reclamación. (O)