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La guerra es una estupidez

Pablo Salgado periodista y es escritor

Por Pablo Salgado J. Periodista y escritor

Nada justifica una guerra. O una intervención militar. Nada. Toda agresión armada es una estupidez. La humanidad no termina de entender que la muerte de miles y millones de inocentes -padres, madres e hijos- no tiene defensa alguna, que no sea la tamaña insensatez de líderes y políticos de las naciones mas poderosas.

Nada justifica una guerra. Ni la presencia hostil de bases militares. Nada. No hay justificación para los constantes bombardeos en Siria. O contra el pueblo Palestino. O contra Ucrania, por más presidente pronazi que éste tenga. No. Nada justifica una guerra.  Y menos una amenaza de guerra nuclear.

La respuesta de casi todos los gobiernos de Occidente a los ataques de Rusia a Ucrania ha sido inmediata.  No han demorado en imponer sanciones económicas, culturales e incluso deportivas a Rusia. A diferencia de los ataques militares, que a lo largo del último siglo, ha ejecutado el gobierno de Estados Unidos contra numerosos países: Panamá, Libia, Siria, Yemen, Afganistán, y un largo etcétera. Nunca EE.UU., o Israel, recibieron sanción alguna. Y no la recibe hoy Estados Unidos que continúa bombardeando Siria. O cuando la OTAN incumple tratados y se extiende hacia el Este. O cuando, por más de 40 años, EE.UU. desobedece a las Naciones Unidas y continúa con un bloqueo criminal a Cuba. La vergonsoza hipocrecía de Occidente.

En un mundo tan globalizdo e interconectado como el de hoy, la intervención militar en Ucrania afectará a todo el mundo. La censura a los medios de comunicación en Europa también es un nefasto precedente que atenta contra los derechos y las libertades. La agresión militar y las sanciones económicas terminarán incidiendo en el resto del mundo occidental. Y por supuesto en países más vulnerables como el Ecuador. Y lo sentiremos los comunes ciudadanos. De hecho ya lo estamos sintiendo. El precio del petróleo, que supera los 100 dólares, debería ser un alivio para el Ecuador. Pero no, en un gobierno neoliberal solo servirá para aumentar las reservas sin importar las angustiantes necesidades sociales del país. Y nos afecta no solo en el aumento en los precios de los combustibles, en el precio del trigo o la materia prima para las camaroneras,  sino cuando centenas de estudiantes  han debido abandonar sus estudios en Ucrania para retornar al Ecuador, o para intentar recuperarlos en otro país de Europa.

A propósito, lo peor que le puede pasar a un país es que sus propios ciudadanos se nieguen a regresar. Ciudadanos que han perdido no solo la confianza, sino la esperanza en su país. Y prefieren quedarse incluso en un continente amenazado por la guerra. Y lo hacen porque están convencidos que la única forma de construir su presente y su futuro está fuera del Ecuador.

Escuchar los testimonios de los jóvenes que estudiaban en Ucrania  nos rompe el corazón. Y nos llena de indignación. El Ecuador de hoy expulsa a sus ciudadanos. Mas de 100 mil personas salieron del país el año pasado. Y 35 mil solo en enero y febrero de este año. Todos viajan, muchos en pésimas condiciones, con la esperanza de tener un trabajo que les permita volver a sentirse útiles y productivos. Y recomponer su vida, su autoestima, su orgullo.

Los estudiantes ecuatorianos saben que si logran terminar su formación académica, pueden tener una oportunidad en Europa. Y saben que si retornan a Ecuador lo más seguro es que no obtengan un trabajo, como ya sucede con miles de becarios. De ahí que prefieren quedarse, saben que  podrán ejercer su profesión y serán mejor remunerados. Y saben que solo así podrán garantizar una vida digna para los suyos. El año anterior, las remesas superaron los 2 mil 300 millones de dólares. Y son las que mantienen a un número importante de familias ecuatorianas, más aún cuando,  luego de 9 meses de gobierno, los índices de desempleo y subempleo continúan creciendo, de la misma forma que crece la indolencia, la ineficiencia y el descaro de quienes nos gobiernan.

América Latina no está exenta de la disputa por la hegemonía de las grandes potencias. Es más, como bien señala Daniel Kersffeld, somos “un continente en disputa y, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, donde Estados Unidos era la única potencia regional, hoy debe competir con China, en cuanto a oportunidades económicas y comerciales.”

Pero quizá las mayores consecuencias que podemos tener a futuro es el incremento de los presupuestos militares en desmedro de la educación, la salud, la ciencia y la cultura. Y esto volverá peor al mundo; mas injusto, mas inequitativo y mas proclive a las nuevas guerras. Un mundo empobrecido por la pandemia, ahora lo será aún más por la guerra y la escalada armamentista. 

Hoy gritamos ¡No a la guerra! Pero también hay que decir ¡No a las bases militares! que cercan nuestros países. No a los intereses hegemónicos y económicos que impulsan las mas innecesarias confrontaciones militares. La única oportunidad para la paz será apostar por la educación, por la salud, por el empleo y por un territorio soberano y libre de bases militares y de políticos insensatos. Ya es hora, como nos decía Lennon -quien murió abaleado- que el mundo se atreva a dar una oportunidad a la paz.

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