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Los artistas, la cultura y las fiestas de Quito

Pablo Salgado

Periodista y escritor.

Aún están en mi memoria aquellas imágenes en las cuales varios  empleados del Teatro Nacional Sucre, con baldes de plástico en mano, intentaban recoger el agua de las goteras que desde el techo caía sobre sus escritorios. Goteras en el teatro más emblemático del país, en la ciudad patrimonio de la humanidad. Estas imágenes revelan, con claridad, la situación de la cultura y los patrimonios en el Distrito metropolitano, y en el país. Mas aún cuando, en días anteriores, los empleados y los artistas de los electos de las Fundaciones culturales realizaron varios plantones y protestas en la Plaza del teatro y en la Plaza grande reclamando respeto a sus derechos laborales. Es decir, las instituciones culturales, nacionales y locales, con recortes permanentes y despidos constantes. Instituciones sin ninguna capacidad de inversión, vaciadas y convertidas en productoras de eventos y espectáculos.

Hace poco escuché las declaraciones del concejal Bernardo Abad oponiéndose a que, por las fiestas virtuales de Quito, se destinen 600 mil dólares a la Secretaría de Cultura para financiar espectáculos artísticos. Y sentí rabia. Me cuesta creer que un concejal defienda con tanta pasión los intereses de las grandes corporaciones y con la misma pasión desprecie a los grupos y artistas nacionales.  Y digo rabia porque no nos sorprende, pero si nos indigna que, después de tanto tiempo, todavía un buen número de concejales no alcanzan a comprender que la cultura es también una actividad productiva que necesita ser reativada; que los artistas y creadores son trabajadores y es necesario que se respeten sus derechos y reciban una remuneración digna por ese trabajo.

La actividad cultural también dinamiza la economía y contribuye a generar empleo y además, como sabemos, es un elemento de sanación, de cuidado, de vida. De ahí que el Concejo municipal debería exigir al Alcalde Yunda que presente el Plan para la reactivación económica de la ciudad, incluida la actividad cultural. Recordemos que el pasado 23 de mayo, el propio Concejo municipal exhortó al Alcalde  a que presente dicho Plan.  Apenas si se han ejecutado algunas iniciativas de los concejales para fomentar el turismo y una que otra actividad cultural.  El plan de reactivación para la cultura debía, según el exhorto, elaborarse a través de la Secretaría de cultura, pero tampoco. Por el contrario, la Secretaría  ha guardado silencio y se ha dedicado, como sabemos, a la producción de eventos y espectáculos. 

Por la emergencia sanitaria, la Secretaría de Cultura transfirió 3 millones de dólares, de su presupuesto de este año, para la salud. Explicable dada la emergencia, pero dejó famélicas a las instituciones culturales; la Biblioteca Metropolitana paralizada, su presupuesto lo redujeron a 50 mil dólares, por lo cual no les quedó más que cancelar todas las actividades del resto del año. Lo mismo en la Red  de museos, la Fundación Teatro Sucre, el Instituto de Patrimonio, etc.  Y además sus funcionarios y empleados  durante meses estuvieron impagos, y sus sueldos fueron reducidos en un 50%. 

Durante los 10 meses de pandemia, no se han generado propuestas planificadas para responder a la profunda precariedad del sector cultural y, sobre todo, para que la ciudad cuente con un plan de gestión y con políticas culturales para la cultura y los patrimonios.  Y ni siquiera se ha logrado expedir la “anhelada” Ordenanza Municipal para la cultura, que el propio Concejo municipal encargó a la Secretaría de cultura hace ya 5 años.

Durante el Mes de las artes y en la Conmemoración de los 42 años de la Declaratoria de Quito como patrimonio de la humanidad, la Secretaría de Cultura organizó más de 300 eventos, según manifestó el Secretario Diego Jara, “sin gastar un solo centavo,” todos gratuitos y contaron con la “colaboración” de los artistas y grupos. Es decir, los actores culturales  -ahora microempresarios- ayudando y financiando al Municipio para que cumplan con la agenda de actividades y eventos. De Ripley.

Esta ausencia de políticas públicas es el mayor mal del sector cultural del país; el Ministerio de Cultura y patrimonio que, por mandato de la Ley orgánica de cultura, debe dedicarse a generar estas políticas, no lo hace. Tampoco los Gobiernos locales. De ahí que toda la actividad cultural se reduce a la realización de eventos, shows y especáculos. Como ya se ha dicho, la Secretaría de cultura transformada en una gran productora de eventos.

Lo mismo sucede ahora con las Fiestas de Quito. Además del concejal Abad, otros voceros han criticado la realización de estas fiestas, por las repercusiones que puede tener en los contagios del covid-19, pues Quito es el epicentro de la pandemia en el país.  El Alcalde Yunda decidió, el 9 de noviembre, que Quito no puede quedarse sin fiestas; que no se puede perder la oportunidad de celebrar la fundación española. Y de nuevo, volvemos a lo mismo: 183 eventos para festejar a Quito. Un presupuesto de 543 mil dólares que, según la Secretaría de cultura, beneficiarán a 1.273 artistas. El 92% de los eventos serán virtuales, y el 8% semipresenciales. Un escenario móvil realizará 4 recorridos diarios en el norte y en el sur de la ciudad, pues en este año “las fiestas van a casa.” 

El Secretario Diejo Jara afirmó que “el objetivo es activar el sector cultural que ha permanecido 10 meses sin trabajo.” Pero claro, nuevamente, se realizan las contrataciones para la producción técnica sin concursos públicos, a dedo. Y lo mismo con la contratación de grupos y artistas. ¿Cuáles son los criterios de selección? Y ¿cuáles son los parámetros para el pago a grupos y artistas? Y otra vez la precarización, pagos pírricos a grupos y artistas. Festivales con presupuestos reducidos al mínimo. Y a los artistas no les queda más opción que aceptar. El Alcalde Yunda tiene claro que estos eventos sirven para consolidar, y pagar, esas relaciones clientelares que tando daño han provocado en los últimos años. Y que, sin embargo, son la única “política pública” que funciona y, por tanto, las autoridades culturales son funcionales a esas relaciones.

Además, este año podía ser una buena ocasión para no seguir celebrando la fundación española y, mas bien, trasladarla al año siguiente y celebrar la independencia. Pero no, eso poco o nada importa. El Quito prehispánico no existe. Se trata de seguir repitiendo, una y otra vez, ¡viva Quito! Y cada año revivir con gran nostalgia a la “Carita de Dios,”  este calificativo que escuchamos, con nula creatividad y absoluta mediocridad, repetir una y otra vez a locutores y presentadores. Pero esa Carita ya no existe, y los medios se empeñan en añorarla.  El  Quito de hoy son múltiples Quitos; diversos, distintos, innovadores. La Carita ya no nos representa a todos, los Quitos de hoy demandan planificación, modelos de gestión, políticas públicas, transparencia, y presupuestos equitativos y participativos. (O)

1 COMENTARIO

  1. Bravo! las políticas inmediatista y clientelistas de un Kitu metropolitano diverso, por autoridades que no nos representan y que no están a la altura de la circunstancias culturales complejas

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