Pablo Cruz Molina
Anteriormente había escrito «Las mujeres se hacen madres cuando dan a luz a una criatura pero eleva su condición cuando brinda de su seno y el alimento de su cuerpo.
Por eso el dar de comer se considera «el más grande acto de amor maternal» Esta afirmación no la leí en ninguna parte, simplemente la he sentido.
Muchos de nosotros hemos ido tejiendo recuerdos maternales con platillos que fueron marcando nuestras vidas. Los postres, las coladas de la tarde, el almuerzo al llegar a casa después de la escuela o del colegio, las cenas navideñas y fin de año, la colada morada de finados, la Fanesca de Semana Santa, el detalle de de lo que más nos gusta para el cumpleaños, incluso esa complicidad de no darnos esa comida que no nos gusta.
No existe mejor chef en el mundo que nuestra propia mamá. Incluso los que somos profesionales buscamos ese sabor nostálgico de madres y abuelas. Emulamos platos y tratamos de hacerlos de la misma forma para que se parezcan a los originales. Nosotros le llamamos cocina de experiencia o emocional porque queremos fusionar la comida con nuestras vivencias que muchas veces también son vivencias de nuestros comensales
Mi madre Marcia Angélica dejó de acompañarnos físicamente muy pronto y recuerdo perfectamente cuando quería hacernos algún detalle a uno de los hermanos o a mi papá. Ella sabía perfectamente los gustos de cada uno de nosotros y cuál sería el plato o preparación para homenajear al santo o cumpleañero. La verdad es que al final, todos salíamos homenajeados con lo preparado.
Mi madre no sólo fue la de hacer homenajes culinarios en los días de fiesta. Fue la persona que debía cuidar la economía del hogar con la generosidad que daba la creatividad. Nada se desperdiciaba y siempre había suficiente, incluso para algún amigo o primo que venía a la casa de visita.
Se incluía en la dieta toda clase de granos, tubérculos, hortalizas y viseras a más de los alimentos regulares. No era difícil que una vez a la semana podamos gozar de una guatita o de un estofado de hígado entre el pollo horneado o un filete de carne hecho en sartén o una tradicional fritada con mote.
Esa dieta fue muestra de una gastronomía sostenible que se debería retomar en los hogares lo que ayudaría a la economía y a la nutrición. Fue un conocimiento que fue pasando de madres a hijas, muchas veces en complicidad con Molinari, que fue abarrotando nuestras tradiciones gastronómicas familiares.
Los tiempos han cambiado, pero la esencia de un hogar no debería. La convivencia de una mesa con su bullicio y risas, incluso los reclamos entre hermanos buscando la mejor presa del pollo, la buena o no tan buena noticia, el silencio oportuno cuando las cosas no iban bien y siempre la sonrisa y las manos de una mamá repartiendo cariño en platos.
Cada persona va labrando su nuevo hogar, de cualquier tipo; en el fondo siempre se evocará la frase, como lo hacía mi mamá o mi abuela para recordar el amor a través de un sabor. Hoy los nuevos tiempos nos trae la oportunidad a los hombres de irnos incorporando a estos recuerdos y ser quienes sigamos con este legado de amor. (O).