jueves, octubre 3, 2024
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Una ruta para el control de plagas en Galápagos

Texto y fotos: Cortesía de Heifer Ecuador

En Galápagos, pequeños cambios en la agricultura pueden hacer grandes diferencias. Como parte de la ejecución del proyecto Futuro de la Alimentación (FOF), liderado por la Fundación Heifer Ecuador, en colaboración con el Ministerio de Agricultura de Galápagos (MAG) se dotó a 65 agricultores de motoguadañas.

Estas herramientas facilitan el control de especies invasoras como la mora, que es una de las más agresivas. En San Cristóbal existen zonas tan invadidas por esta especie, que los agricultores perdieron la partida y dejaron de intentar producir en esos terrenos.

La mora quita espacio no solo a los cultivos, sino que amenaza a la flora nativa, por lo que su control es fundamental. Con herramientas como las motoguadañas, el control en fincas se vuelve más manejable o simplemente posible para el agricultor.

Con este control, nuevamente se posibilitan dos aspectos positivos: recuperar tierras de cultivo en las fincas y, por otro lado, aportar a la conservación de la biodiversidad de las islas.

Así, todos los recursos que puedan facilitar el trabajo de las familias productoras de alimentos son fundamentales en Galápagos, porque la agricultura debe ser una aliada de la conservación.

Rosa Rodríguez, directora de Heifer Ecuador, indica que, a través del Fondo de Inversión Ambiental Sostenible (FIAS) y el Fondo de Especies Invasoras de Galápagos (FEIG) se ha establecido una ruta de trabajo para el control de plagas en cultivos de maíz, café, banano, tomate, sandía, melón, y otros que evidencian mayores pérdidas.

Esto se ha hecho mediante un trabajo de investigación y priorización en finca y con los productores, en el que se utilizan trampas con olores o feromonas y bandas adhesivas que atraen a los insectos. En la actualidad ya se evidencian resultados beneficiosos para los agricultores, que permitirán la réplica de las técnicas más exitosas a mayor escala.

Zobeida Olaya, mejor conocida como doña Chobe, galapagueña y agricultora de toda la vida, como sus padres y sus abuelos, ha implementado las trampas en su finca para el control de plagas de insectos y roedores, este control permite que Zobeida tenga menos pérdidas en sus cultivos y que presinda del uso de agroquímicos.

Ella vive totalmente de los ingresos que genera su producción agrícola, que se calculan en alrededor de 200 dólares semanales. El control de plagas y enfermedades con métodos alternativos no solo aporta a que los ingresos y la salud de doña Chobe no se deterioren, sino también, al equilibrio de los ecosistemas de Galápagos.

Doña Chobe tiene 71 años, y solo se dedica a la agricultura, ella dice que no podría hacer otra cosa, es lo que sabe hacer y debe ser un buen negocio para ella “yo sé que de la agricultura sale la platita para mantenerme”, dice.

Mantener esos ingresos y alcanzar unos mayores es posible si la agricultura alimenta a su población. Si Galápagos se autoabastecía, ahora también puede hacerlo y doña Chobe puede ser parte de la red de productores que puede lograr la no dependencia de productos importados.

Maryuri Natividad y Carlos Mora son dueños de la finca Romina, la cual es parte del proyecto Respuestas ecológicas para el manejo integral de especies invasoras en fincas agropecuarias de la isla San Cristóbal implementado a través del FEIG.

Carlos está entusiasmado con los resultados obtenidos en los cultivos que mantiene al aire libre, en el poco tiempo de implementación de las trampas, siente que ha tenido una menor pérdida de productos, “se hace control con trampas de olor y bandas adhesivas para los insectos.

Para controlar a las ratas, colocamos un cebo en tubos de caña artesanales, que ayuda a disminuir la población; además, yo aplico remedios naturales hechos artesanalmente para las plantas”.

Carlos dice que no es fácil ser agricultor en Galápagos y que por eso el abandono del campo es evidente, la agricultura es costosa. En su caso debe comprar hasta agua para riego, porque las fuentes de agua no llegan a su finca, él ve que esto puede desanimar a muchos que prefieren ir a la zona urbana a emplearse.

Por eso es importante el apoyo para que los agricultores puedan hacer su trabajo en las mejores condiciones y compensar en algo, todo su aporte a la salud de la población y de los ecosistemas.

Maryuri y Carlos tienen dos hijos, David de 11 años y Romina de 3 años. Maryuri nos cuenta que David un día quiere ser doctor, al día siguiente agricultor y, al siguiente, ingeniero para ayudar a trabajar a su papá, no se decide.

En cambio, Romina hace evidente su amor por las plantas y los animales. Ella espera que crezcan y forjen su camino, “yo le digo a mi hijo -que te guste la finca, porque este es el legado que nos dejaron a nosotros y que nosotros les podemos dejar a ustedes.

Siéntete orgulloso cuando ayudes a tu padre, que te ensucies las manos, no te hace menos que nadie, te hace más, porque estás produciendo para que otra persona se alimente, trabajando vas a llegar muy lejos, en lo que tú quieras hacer. Me dice -mamá yo quiero estudiar-. Esperemos, ojalá le guste y quiera seguir los pasos del padre, seguir en la finca, y con ella -mira a Romina y la abraza- no sé qué prefiera ser”.

Quizás es la agricultura que hace tan sabios a Maryuri y Carlos, que hacen honor a la tierra que producen y que la han convertido en su mejor negocio. (D)

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