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Una soledad volcánica

Pablo Salgado periodista y es escritor
Pablo Salgado periodista y es escritor

Por Pablo Salgado J.

“Mucho tiempo anduve por las islas

Conociendo a mi Patria,

Golpeada por el mar y la desgracia.

Allá en la soledad de las Galápagos,

Inmerso en el desvelo de las olas

Y el olor seminal del algarrobo

Aprendí muchas cosas.”

Efrain Jara Idrovo

Efraín Jara Idrovo (1926-2018) es, sin duda, una de nuestras voces poéticas mas importantes, un referente de las letras ecuatorianas. Sin embargo, ya las nuevas generaciones no lo conocen; lo ignoran. Y lo que es penoso, no lo conocen en su propia ciudad, Cuenca. Su hijo, Jhonny Jara, con indignación, nos dice: “La Universidad de Cuenca se lleva la medalla de oro y la Facultad de Filosofía la medalla de plata en ingratitud.  Mi padre está olvidado ya, es una referencia de poetas pero las nuevas generaciones ya no lo recuerdan.” 

Este hecho también revela la absoluta inoperancia de las autoridades de las instituciones de cultura del país, que nada hacen para preservar la memoria de nuestros grandes escritores. Un Plan Nacional del Libro que, luego de casi cinco años, no ha generado el más mínimo impacto y peor ninguna línea de política pública. Y ni siquiera, para disimular, ha publicado un libro en los últimos tres años.  Y son las pequeñas editoriales independientes las que cumplen, contra viento y marea, con esta necesaria tarea.

De ahí lo importante que es la publicación del libro “Una soledad volcánica, Cartas desde Galápagos” que Mecánica Giratoria acaba de realizar. Es una recopilación de las cartas que Jara Idrovo escribió a su familia y a sus amigos desde Galápagos. Recordemos que Jara Idrovo vivió en dos periodos de su vida en las Islas. El primero, en 1954, cuando se propuso alejarse de la bohemia y el alcohol. Y la segunda, en 1995, cuando decide alejarse de la vida docente y cultural. Publica un anuncio, en un periódico de Cuenca, buscando quien (una mujer) lo acompañe.  No obtiene respuesta, y viaja solo. Las cartas de estos dos periodos de su vida en las Galápagos son las que ahora se publican.

No fue fácil el proceso para la publicación, nos cuenta Jhony: “todas las cartas eran primero escritas a mano y luego las pasaba a limpio en una máquina de escribir  y las remitía. El correo llegaba cada tres o cuatro meses por barco.  Es por ello, que mi padre guardaba esos manuscritos, todos fechados y ordenados. Su letra era poco legible, de ahí que junto a Soledad Coral las transcribimos y luego, a pesar que ya estaba casi ciego, las revisó mi padre.”

Dice el poeta en una primera carta remitida a su esposa Atala y suscrita en Floreana: “…No quiero adelantarme a los acontecimientos. Ni siquiera  sé que voy a hacer. Por lo pronto, pescaré, trataré de esforzarme porque cicatricen las antiguas heridas de mi espíritu, y, como siempre, pensaré en ti….No hay piedra, árbol, pájaro  o nube que no me hablen de ti».

El libro cuenta con un magnífico estudio introductorio de la crítica Bernardita Maldonado, quien afirma: “la escritura epistolar tiene un objetivo funcional: principalmente mantener los vínculos con sus seres amados, a quienes rememora: “A cada instante precisaba de tu imagen, debía refugiarme en el recuerdo de los bellos días en común, cuando los acontecimientos penosos eran compartidos con resolución y vuelto sobrellevaderos por el mutuo apoyo que nuestras vidas se brindaba,” pero no deja de ofrecer aspectos extraordinariamente interesantes para lectores, investigadores  y biógrafos. La edición de estas cartas puede constituir un material de trabajo en la posibilidad de redescubrir, en conjunto, la singular creación del poeta cuencano”.

Lucía Moscoso Rivera, una editora siempre atenta e inquieta para encontrar “rarezas” que publicar, apenas escuchó, en Barcelona, a Bernardita hablar de la existencia de esas cartas, supo que merecían ser publicadas. Contactó de inmediato con Jhonny y se inició el camino, duro y difícil, para editar y publicar: “Es una selección, no son todas las cartas, pero son hermosas, tienen una alta carga poética, tienen una cuestión muy vital, son también reflexiones existenciales sobre el ser humano, sobre la escritura y además puedes acercarte a las Galápagos de los cincuenta y de los noventa».   

Notable y valiente el trabajo de Lucía, nos entrega un libro que nos acerca a un gran poeta y nos permite adentrarnos en la intimidad del hombre, en el pensamiento del profesor y juez, en los recovecos y génesis de su poesía, en la actitud fraterna del padre, hijo y esposo, y en la complicidad de los amigos. Una relación epistolar que nos redescrubre al ser que vivió, sufrió, amó e hizo de la escritura el hilo conductor de su existencia.

Aquí -escribe Bernardita Maldonado– se pone en evidencia que para Jara Idrovo no existe la división poeta-hombre. El  todo lo vive hondamente, el hombre que escribe, el pescador, el hombre que zurce su ropa, el maestro que enseña a sumar con cangrejos, el hijo que hace cómplice a su madre del sentimiento del tiempo, el hombre enamorado de la madre de sus hijos, el juez que intercede para evitar que un amigo sea despojado de su minúsculo patrimonio. Si la poestía es una forma de estar en el mundo, un poeta verdadero no deja de serlo ni cuando ejecuta las labores mas cotidianos y humildes.”

Aún permanecen inéditos una gran cantidad de textos; poemas, ensayos y apuntes que Jara Idrovo utilizaba para sus clases en la universidad: “Mi padre publicaba poco, era muy riguroso para animarse a publicar. Por ello, una gran cantidad de escritos nunca se publicaron.” Jara Idrovo, como todo buen poeta, era un gran lector. Recordemos que en sus viajes a Galápagos, se alejó del mundo pero no de los libros. En esos largos días, parte importante del tiempo lo utilizó en leer a los grandes poetas, Eliot, Rilkie, Pount. De ahí que dejó una gran biblioteca. Una parte de ella, el 30%, nos cuenta Jhonny, se donó a la Biblioteca de las Artes: “No lo hicimos a una universidad cuencana porque los libros se llenarían de polvo, en cambio en la de la Universidad de las Artes está siempre llena de estudiantes y esos libros tendrán nuevos lectores”.

Un deseo del poeta era que una parte de sus cenizas sean esparcidas en la playa en Isla Floreana, en donde enseñó a leer a los chicos, pues como no había un pizarrón las primeras letras las escribía en la arena de la playa. Este deseo, pronto se hará realidad con el apoyo de la flamante Directora de la Casa de la Cultura de Galápagos, la poeta Paola Zambrano, quien se ha comprometido a organizar este acto, la presentación del libro y, sobre todo, a mantener viva la memoria de un poeta que no solo escribió parte importante de su obra en las Islas, sino que amó profundamente al archipiélago que lo acogió en momentos claves de su vida y su volcánica soledad.

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