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La Cultura y los patrimonios en el 2021

Pablo Salgado periodista y es escritor
Pablo Salgado periodista y es escritor

Por Pablo Salgado J. *Escritor y periodista

Al finalizar el año, los gestores culturales de Manabí denunciaron el despido del personal comunitario del Parque arqueológico Cerro de Hojas Jaboncillo. Sucedió en el último día laborable del año. Si indigna, pero no sorprende. Es lo que ha sucedido durante todo el año; el desmantelamiento de la institucionalidad cultural. Esta ha sido una de las características que marcó al año que termina.

El 2021 no ha sido un buen año para el Ecuador. El nuevo gobierno pasó, en menos de dos meses, de la expectativa a la decepción. Se profundizó la pobreza, el desempleo y la inseguridad. Lo mismo sucedió en el sector de la cultura y los patrimonios. Continuaron los recortes presupuestarios, el desmantelamiento de las entidades de cultura y la precarización de los artistas y gestores culturales.

No ha sido un año pródigo para la cultura. Hay demasidados damnificados. La precariedad ha generado un altísimo impacto en centenares de artistas y gestores culturales. Un costo demasiado alto. Historias de vida que duelen y conmueven. Artistas que han debido dejar su lugar de residencia para encontrar una oportunidad en otras provincias. Artistas que han debido guardar sus trajes y dedicarse, por ejemplo, a cocinar, o salir a repartir comida. O aprender a administrar bares, hoteles o restaurantes. O trabajar en los negocios y empresas de parientes y familiares. Aquello que justo no querían realizar. Artistas y gestores que han debido postergar sus sueños, su formación y su creatividad. 

El modelo neoliberal impuesto por el presidente Lasso se reflejó también en la cultura. Así como se atentó contra el banco del Pacífico, por ejemplo, también se atentó contra las entidades de cultura y patrimonio. Se trata, además, de librar la batalla cultural para imponer el nuevo modelo: nada con lo público, todo con lo privado. Un gobierno que privilegia a los grupos empresariales en desmedro de la mayoría de ecuatorianos. La batalla  cultural implica el desterrar cualquier atisbo de pensamiento crítico. Los artistas se convierten en emprendedores y clientes. Los parámetros son la productividad y la rentabilidad. Y el público es un mero consumidor de objetos y servicios culturales.  Es la industria cultural que debe aportar al PIB. De ahí que no interesa cumplir con los mandatos de la Ley orgánica de cultura. O defender los derechos culturales. O peor, consolidar o fortalecer los procesos de organización que surgen en tiempos de precariedad y pobreza.

A pesar de esto, el Ministerio de cultura y patrimonio no ha sido capaz de elaborar, y peor implementar, un mínimo proyecto que, precisamente, articule este modelo neoliberal de gestión cultural. Apenas si el Ministro de la producción anunció, en sus redes sociales, que está trabajando en un proyecto para las industrias culturales vinculado con la denominada economía naranja. Pero nada más. Ningún proyecto para mitigar la precariedad y peor para reactivar la economía y generar empleo en el sector de la cultura.   El propio Ministerio de cultura informó que las pérdidas en el sector fue de 225 millones de dólares. Pero nada propuso para compensar esas pérdidas. Y dejó que los artistas y gestores se arreglen como puedan. 

Con los gobiernos locales ha sucedido lo mismo. Durante la pandemia, los presupuestos de cultura se transfirieron a salud y la inversión en cultura prácticamente desapareció.  Con la llegada de los aforos reducidos, los Municipios retomaron las fiestas y contrataron músicos para llenar las tarimas y amenizar los reinados de belleza.

La ministra del cultura Ma. Elena Machuca anunció en su “informe” de fin de año que cumple lo que promete (sic) y mencionó como logros de su gestión: el Festival de artes vivas de Loja. El Teatro del barrio, la incorporación del pasillo a la Lista representativa del patrimonio inmaterial de la humanidad, y una Cruzada por los patrimonios (sic). De los cuatro, apenas uno es iniciativa de este gobierno, el Teatro del Barrio.  Un proyecto convertido en un fondo concursable con un pírrico presupuesto de 1 millón 200 mil dólares, para 47 agrupaciones. Un proyecto que, al igual que el Arte en el Aula y Arte para Todos, no generará impacto alguno y los barrios del país seguirán abandonados y, en muchos casos, tomados por la delincuencia.

La declaratoria del pasillo es un proceso iniciado hace 9 años;  su expediente técnico se elaboró, y remitió a la UNESCO, hace ya dos años. Eso si, nadie sabe para quien trabaja. Lo que si le cosrresponde a la actual Ministra es la ejecución del plan de salvaguarda, para lo cual deberá asignar el correspondiente presupuesto.

El caso del Festival de artes de Loja, es peor.  En la anterior edición presencial su presupuesto fue 1 millón 600 mil dólares, para este año el Ministerio de cultura lo redujo a la escuálida cantidad de 200 mil dólares. Más evidencias del permanente recorte a la actividad cultural.

Y por si fuera poco, la desapareción, de un plumazo, de la Feria Internacional del libro de Quito. Después de 14 años Quito se quedó sin Feria Internacional. Para disimular, en conjunto con la Alcaldía de Santiago Guarderas, organizó una mini Feria a la que denominaron Feria ¿Intercultural? del libro. Para esto el Ministerio asignó la “estratosféria” cantidad de 20 mil 300 dólares. Recordemos que la anterior FIL presencial tenía un presupuesto superior a los 600 mil dólares. Otra evidencia de los permanentes recortes para cultura.

Así, la actividad cultural en el año que termina se ha gestado a pesar del Ministerio de cultura y el gobierno nacional. Los artistas y gestores culturales han sido los grandes hacedores. Son ellos quienes, con su esfuerzo personal, han logrado mantener vivos los espacios culturales y los que, con enorme esfuerzo y creatividad, se asociaron para seguir activos y no morir en el intento. A ellos nuestro reconocimiento.

Así como se han recortado los presupuetos también se han vulnerado los derechos culturales. Su respeto no está en la agenda del gobierno de Guillermo Lasso. Los derechos autorales tampoco son respetados. Y las permanentes reclamos de los gremios y asociaciones de artistas no son escuchados. Por el contrario, con las reformas a las distintas leyes y reglamentos, los derechos cada vez se cumplen menos y a diario son ninguneados, a vista y paciencia del Ente rector de la cultura.

Lo que si debemos destacar como un hecho importante es la renovación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. En las elecciones realizadas en el mes de septiembre se logró, con la activa participación de los artistas y gestores, que Fernando Cerón sea el nuevo presidente de la Sede Nacional. Un proceso de transformación que genera entusiasmo, ya que el país requiere una Casa transformada, eficiente y vinculada a los artistas y sus procesos organizativos y, por supuesto, a la ciudadanía. La tarea no será fácil. Mas aún cuando, el gobierno reduce a la Casa un 3%, en su presupuesto. Este es otro indicador de lo poco que la cultura le importa al gobierno nacional: apenas el 0.12% del presupuesto general se dedica a la cultura y los patrimonios. Una vergüenza.

El 2021 fue un año duro, difícil y complejo para la cultura. Viene un nuevo año. Los artistas y gestores no pierden la esperanza, y saben que con su su propio esfuerzo superarán las dificultades. No quieren ser emprendedores, quieren seguir siendo artistas y creadores. Y saben que el Estado tiene la obligación de reconocer su trabajo y entender que son importantes para el desarrollo de un país.

 Que vengan mejores tiempos. Salud, trabajo y bienestar para todos los artistas, creadores y gestores culturales en el 2022.

1 COMENTARIO

  1. La transformación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, debe tener un real cambio en difundir y capacitar al artista, en todos los géneros, pero sin introducirse en politiquería destructiva del hogar y la familia, no debe destruir el idioma con feminismos mal entendidos, ni tomar actitudes de desorden social, con la altura que caracterizó a la Casa antigua, con elementos constructores e innovadores, no destructores y partidistas de caducas doctrinas.

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