Por Pablo Salgado J.*escritor y periodista
Germán Gacio es un editor argentino que vive desde hace varios años en el Ecuador. Primero en Quito y, ahora, en Cuenca. Es director de la editorial La Caída y Corredor Sur editores y mantiene una librería en la Casa de la Cultura. Germán suele afirmar con frecuencia que: “Las editoriales independientes somos microempresas, tan pequeñas que a veces somos empresas unipersonales. Estamos a la deriva de un escudo o leyes o políticas que nos visibilicen o, al menos, que nos defiendan.” Gacio tiene razón. Son invisibles. Y no hay ninguna institución que los defienda. Ni Ministerio que los escuche. Ni Cámara que reclame sus derechos. Ni Plan que los ampare. Pero tienen lectores, pocos pero fieles. Y eso si, los editores y libreros son necios y obstinados y se esfuerzan por mantener vivos sus editoriales y sus librerías.
La difícil situación del sector editorial y gráfico, como el resto de actividades culturales, la han afrontado solos. Es cierto que algunos no han podido soportarlo y han cerrado. Pero la mayoría siguen vivos. Frente a la pandemia y el abandono del gobierno, las pequeñas editoriales y librerías independientes se juntaron; en El Enjambre, en Quito, y en La Colmena, en Guayaquil. Así, con un gran espíritu colaborativo, han logrado atravesar el río de la pandemia y la ineptitud y abandono del Estado. Y, pese a todo, lograron vencer la fuerte correntada y siguen editando y siguen, al no existir circuitos de distribución y circulación, inventando formas para comercializar sus libros.
La pandemia develó además, el nulo apoyo al libro para envíos nacionales, por ejemplo. Al cerrarse las librerías por la pandemia, la única alternativa son las compras por internet y entregas a domicilio. Si antes los envíos ya eran carísimos, con la desaparición de la empresa de Correos nacionales, ahora esos envíos a cualquier ciudad del país son insostenibles.
En España, el aumento de la lectura del libro digital aumentó en un 30%. Al igual que el tiempo que los españoles dedican a la lectura que aumentó en un 60% en relación al 2019. Pero disminuyó en un 19% la edición de libros físicos. En Ecuador, no tenemos cifras. Pero es obvio que también aumentó la lectura del libro digital a través de las diversas plataformas. Y éstas, las plataformas, se han convertido en magníficas aliadas a la hora no solo de leer sino también de comercializar libros. Lo mismo sucedió con las Ferias del libro, que no tuvieron otra alternativa que volverse virtuales.
Ahora mismo, la Universidad San Francisco de Quito, realiza su Feria independiente de modo virtual, con tres días de programación, varios invitados internacionales y además con promoción de la oferta editorial independiente. No hay otra alternativa. Cuando ya estaban realizándose presentaciones de libros de modo presencial, con aforo limitado, nuevamente volvió el confinamiento. Esta ha sido la vida del último año. Un va y viene, un abre y cierra. Siempre, eso si, ante la indiferencia del Ministerio de cultura. Que incluso en sus Fondos concursables, presentados en esta semana, los ha vuelto a ignorar. Apenas si presentan un escuálido fondo editorial, con 3 ganadores, de 10 mil dólares, para traducciones.
Al final del gobierno de Lenín Moreno, es triste e indignante su legado en el campo del libro y la lectura. Lo que al inicio del gobierno, generó entusiasmo con la creación del Plan nacional de lectura, como un proyecto plurianual con 23 millones de dólares de presupuesto, poco a poco se convirtió en una gran decepción. Al final de cuentas, nunca se presentó al país un Plan, sino apenas una serie de acciones aisladas, a pesar que incluso contrataron consultorías internacionales.
No se publica un solo libro desde hace 3 años. Solo en Ecuador un Plan del libro sin libros. Ecuador tampoco desde hace 3 años asiste a ninguna feria internacional. No se institucionalizó el Plan con los otros ministerios e instancias vinculadas con el libro y la lectura. Tampoco se creó, como manda la Ley orgánica de cultura, el Sistema Nacional de bibliotecas públicas. Se crearon los tambos de lectura en distintas ciudades, pero sin presupuestos, casi sin libros y sin apoyo para los mediadores quienes, por su pasión por la lectura, deben volverse creativos, para mantenerlos vivos. Se dedican a realizar charlas y diálogos con escritores en redes sociales pero que, como sabemos, no generan nuevos lectores. Un Plan con permanentes recortes a su presupuesto y sin ninguna capacidad de ejecución, por lo que han debido recurrir a la Organización de Estados Iberoamericanos, OEI, para ejecutar cualquier actividad, a cambio de un pago del 9%. Ojalá el nuevo gobierno asuma, con seriedad, el fomento del libro y la lectura y articule medidas para incentivar el sector editorial.
Por todo esto, en el Día internacional del libro y los Derechos de Autor vale la pena destacar y reconocer el trabajo de decenas de espacios dedicados a promover el libro. Son espacios independientes y, en muchos casos, personales que a diario trabajan por el fomento del libro y la lectura. Editoriales y librerías que organizan clubes de lectura y escritura, talleres para distintos públicos, diálogos y otras actividades. En Quito, casi todas las librerías tienen sus clubes y sus talleres: Rayuela, Conde Mosca, Tolstoi, Amauta, Cosmonauta, El Oso lector, Tres gatos, entre tantos otros. Además de ZonaAcuario y Casa Palabra que llevan ya años dedicados a fomentar la lectura, sobre todo en niños y jóvenes.
Y editoriales que como Cactus Pink, El Fakir, La Caracola,Turbina, Festina lente, Doble rostro, Eskeletra, El Ángel editor, Línea Imaginaria desarrollan un sostenido trabajo editorial. En Guayaquil, Casa Morada y Cadáver Exquisito, Fondo de Animal editores, El Fauno Verde, entre otros. Así mismo, inciativas por crear bibliotecas en cantones y parroquias, o espacios permanentes como Yo amo leer o Picnic de libros. O bibliotecas móviles que acuden a los barrios y comunidades. Y también otros espacios mas estables, como el Bibliorecreo, que se conectan con nuevos lectores a través de varias iniciativas. O la Campaña de lectura Eugenio Espejo, incansable en la publicación de libros, con grandes tirajes, talleres para docentes, y clubes de lectura; además del premio La Linares. Caso único en el país. Son estas iniciativas las que mantienen vivo el entusiasmo por el libro y la lectura.
Como bien dice, el presidente de la Cámara Argentina de publicaciones,“La situación en la que nuestro sector se encuentra viene de arrastre de años anteriores y la pandemia ha causado tremendos estragos en nuestra capacidad económica y financiera.
Muchísimas familias dependen del libro. Más allá de una industria, el libro es un vector de cultura y de educación.” Y no solo eso, durante la pandemia el libro ha sido también un importante elemento para acompañarnos en los difíciles momentos de confinamiento. La lectura, ya sea digital o física, ha servido, como la música o el teatro, para sanar, para curarnos. Y el libro, y quienes lo hacen posible, merecen no seguir siendo invisibles. Merecen, al menos, un agradecimiento. Y la mejor forma de hacerlo es acercándonos a un libro; hojeándolo, leyéndolo, amándolo.