viernes, julio 26, 2024
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Desaparecidos

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Esta vez hubo final feliz, pero no siempre ocurre eso, me refiero al caso de las niñas Sara y Sofía Oviedo en el que, gracias al trabajo efectivo de las autoridades y el apoyo de amplios sectores de la sociedad y la ciudadanía, se logró generar una red de ayuda que permitió identificarlas, ubicarlas y rescatarlas. Luego de cinco días de haber desaparecido en el sector la Kennedy, al norte de Quito, finalmente, este lunes 26 de abril fueron rescatadas en Piura, Perú.

 La rapidez con la que se difundió la noticia de la desaparición de las menores aportó sin duda a que este caso se resuelva ágilmente, lo deseable sería que esto suceda en casos similares. No debemos olvidar a aquellas personas cuya ausencia forzada queda en el anonimato, dejando una estela de incertidumbre, duda y desesperación entre sus familiares.

 La desaparición de personas es un problema mucho más complejo de lo que reflejan las estadísticas. En nuestro país, diariamente desparecen cientos de personas, de todas las edades y condición social, no solamente mujeres, sino también hombres.

 Las autoridades no manejan cifras claras, mientras la Dirección Nacional de Delitos Contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestros (DINASED) contabilizó 2.780 desapariciones en 2020, la Fiscalía señalaba 6.227 denuncias recibidas, por lo que la construcción de una data real sobre estos casos es una de las primeras tareas que deben cumplir las autoridades a cargo.

Aún así, las cifras no reflejan lo que vive cada familia que ha perdido a un ser querido. Como sociedad debemos entender que una persona desparecida representa el dolor, la desesperación e impotencia de un padre, una madre, un esposo, un hijo, un hermano, que buscan ayuda de las autoridades para conocer el paradero de los suyos. De la agilidad con la que respondan las instituciones y sus representantes, de la empatía que tengan con esas personas, como sucedió en el caso de las niñas venezolanas, pende la esperanza de muchos ecuatorianos que hasta ahora no ven llegar ese final feliz.

Recuerdo cuando tenía 15 años y estudiaba en el Colegio San Gabriel de Quito, un compañero, Juan Carlos Ribadeneira, desapareció un día y nunca más se supo de él, simplemente dejó de asistir al colegio y de su vida no supimos más. Su familia tuvo que cargar con la incertidumbre de qué habría ocurrido con él. Por aquella misma época mi familia vivió una dolorosa y muy mala experiencia, cuando mi prima de apenas 15 años de edad, María Belén Robles Pauta, salió de su casa ubicada en el sector de Carcelén, a devolver una máquina de escribir, y nunca más regresó. A pesar de los esfuerzos de sus padres (mis tíos), el de sus hermanos y el de toda la familia, no se logró tener información precisa de lo que había ocurrido con ella. Han pasado 25 años y las preguntas y falta de respuestas persisten, las autoridades durante un tiempo investigaron y buscaron indicios de lo que posiblemente ocurrió, pero luego todo quedó en el olvido, olvido que no puede y no será jamás superado por su familia, por sus padres, por sus hermanos, entre ellos su gemela.

 Hay casos que se han mediatizado como el de David Romo, Juliana Campoverde, Diego Proaño o Michelle Montenegro, en los que tampoco se ha logrado saber qué pasó realmente.

 Que el caso de las niñas Oviedo nos impulse a unirnos en apoyo a las familias cuyos seres queridos han desaparecido, que el nuevo gobierno entienda la necesidad de comprometer a todos los sectores para garantizar la seguridad ciudadana y aunar esfuerzos para que los casos pendientes reciban una pronta respuesta, efectiva y tranquilizadora.

Mi abrazo solidario y lleno de esperanza a aquellas familias, sobre todo a los padres que esperan con anhelo saber algo de sus hijos desaparecidos, un dolor indescriptible que ojalá nadie más lo viva. (O)

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