viernes, julio 26, 2024
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Bienvenido Número Nueve

Por Pablo Salgado J.* escritor y periodista

El virus transformó nuestras vidas.  La cotidianidad de la muerte trastocó, para siempre, nuestra forma de concebir la vida.  Y el dolor y el sufrimiento dejaron de ser lejanos y ocasionales; hoy son parte de nuestra vida. Como lo son las mascarillas, las vacunas, los PCRs. Y como lo son también los hospitales.

Esa cotidianidad está, además, poblada por una gran cantidad de personas cercanas, familiares o amigos, que han sido hospitalizados y han debido permanecer varios días en cuidados intensivos. O en una sala de hospital, junto a otros contagiados y en plena crisis pandémica. Y lidiar no solo con el dolor propio sino el de los demás.  En muchos casos al borde de la muerte. Y enfrentarse a esa gran disyuntiva: sucumbir ante ella, o vivir para contarlo.

Es, precisamente, el caso de Juan Cabezas, periodista y escritor, quien permaneció once días en el hospital Pablo Arturo Suarez, en Quito. Aquella mañana, Cabezas ya supo que estaba contagiado. Roció un frasco de perfume en su cuello y no percibió nada. Había perdido el olfato y tenía temperatura alta. Pero no sabía que era grave y que necesitaría hospitalización. Y peor que ocuparía la cama número nueve.

Esta muerte

No es mía. Pertenece

a Telmo y sus parientes.

No es mía. Estoy en la cama

nueve vivo y Telmo en la once

muerto. Muerto.


Al salir, victorioso, del hospital y retornar a casa, Juan Cabezas se sintió perdido. El confort de su departamento ya no le proporcionaba bienestar. Y encontró que su única alternativa era la escritura. Ni siquiera el tenis de mesa. De ahí que decidió que su bitácora de los once días en la sala de hospital debía publicarla en forma de libro. Y lo hizo. Publicó “Bienvenido, número nueve,”  que fue la frase con la que los sanitarios lo recibieron.

Un pequeño libro, 50 paginas, con portada e ilustraciones de Camila Calderón. Un libro que nos acerca a esa otra nueva cotidianidad, la lucha personal y médica contra  “el mal de cinco letras.” Una lucha angustiosa y agotadora. Asfixiante. La falta de oxígeno les lleva al delirio y al insomio: “Mis pulmones se pegan como untados de goma,” dice el autor.

“Bienvenido número nueve” es una crónica que nos acerca a lo que sucede tras las paredes de una sala de un hospital. A como conviven los pacientes. A la relación con el servicio sanitario. A las noches que se prolongan en medio de tos, eruptos, y delirios. Un lenguaje sencillo, con ciertos toques poéticos, que permite una lectura fluida y cercana. Un libro escrito con sencillez y con profuda honestidad. Ese es su gran mérito. Honestidad que le permite contarnos cómo enfrentó los padecimientos provocados por el virus. Y cómo, con su cuerpo en rebeldía, decidió que aún no era el momento.  A diferencia de Telmo.

Es conmovedor el relato de su relación con Telmo, su casi vecino de la cama once, que en las noches intentaba rebelarse pero el virus lo sacudía, tanto que tuvieron que amarrarlo: “Telmo aullaba. Repite palabras: la bebé, el gato, dónde está?” Y los doctores: “Telmo, don Telmo, no se mueva. don Telmo”.  Hasta que no pudo más. Entonces, al amanecer, el profundo dolor, la agonía, la soledad: “El momento más importante en la vida de un hombre aconteció frente a mí. Debían acompañarlo sus seres queridos. Alguien tenía que  tomarle la mano, acariciar su frente, pero nada de eso ocurrió… Me dolían mis piernas al observar como doblaban las suyas a la fuerza y cerraban el cierre superior.”

Resulta también interesante la forma en la que se establece la relación con las enfermeras, a quienes los pacientes llaman licenciadas. Así las reconocen y las valoran. Sobre todo en momentos en los que son despedidas y maltratadas, sin importar que la pandemia nos ha demostrado que es necesario fortalecer los sistemas públicos de salud. Y cosas del covid, mientras don Telmo fallecía, Guillermo Lasso era elegido presidente del Ecuador.

El paciente se convierte en observador. Deformación periodística inevitable. La bitácora del autor recoge el día a día en el hospital. Es imposible dejarse vencer por el virus. No es posible, hay que seguir trabajando. Teletrabajando. Y la sala de hospital se transforma en un call center, las ventas deben continuar: “El enfermo trece hacía los contactos, la quince buscaba los productos, el dieciseis se encargaba de las facturas y el diecisiete cerraba el trato.”

La precariedad generada por un modelo económico indolente y la pandemia los obliga a no parar, a seguir trabajando como sea. No es posible un mínimo descanso: “Presos y enfermos sollozamos en silencio para no exponer nuestra pena,” dice el autor. Por ello, sabe que no puede rendirse, que no hay opción y debe ganar la batalla al virus: “Tengo cuarenta y nueve, hijos pequeños…No conozco Lisboa. ¿Cómo puedo morir sin conocer Lisboa?

Al final, luego de once días, y tras vencer al virus, ya lo tiene claro: “Me pegaré a la vida como un niño de teta. ¿No estoy acaso en una sala de partos? Y si, es un renacer. Un volver a nacer. Un punto y aparte. Y comenzar de nuevo. Recomenzar. No hay alternativa. Y el autor lo sabe y lo asume: “Cuando salga viviré como un bendecido.” Pero también sabe que “el mal de cinco letras” se quedará en su cuerpo para siempre: “Pronto estaré listo para una nueva misión, aunque ahora sienta miedo, miedo y mas miedo.”

El libro se cierra con un epílogo de la artista visual y escritora Marcela Ribadeneira, quien afirma: “Bienvenido, número nueve” es un acto de supervivencia. De resistencia y de conciliación. Un grito para vivir más y mejor a pesar del miedo, de la pérdida y de la vulnerabilidad del organismo que somos y que nos contiene.” 

Además, quizá en un acto de depuración, el autor decidió también dejar atrás el Carlos y ahora es solo Juan Cabezas. Juan como Gelman, el poeta bueno.

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