Por Fabricio Cevallos (Periodista y comunicador)
Si usted es de aquellas personas que cree que la libertad de expresión es decirle a alguien “cabrón”, atacarlo, menoscabarlo y poner su fotografía como centro de un juego de puntería de dardos, en un programa en vivo, de alcance nacional y en horario de mayor audiencia, pues permítame sugerirle no leer este artículo.
En este espacio, les compartiré mi punto de vista particular como comunicador y periodista.
La libertad de expresión es un derecho humano garantizado no solo en la Constitución sino en instrumentos internacionales como la Convención Americana sobre Derechos Humanos, artículo 13, que reconoce a todos la libertad de difundir informaciones e ideas de toda índole. Sin embargo, esta garantía ha sido mal entendida y ejercida de forma inapropiada, cayendo en el terreno del libertinaje y poniendo en riesgo el derecho de las personas a mantener su honra y reputación.
Lo sucedido en el programa “La Posta XXX”, la noche del domingo 4 de julio en TC Televisión, es una muestra de ese mal entendido concepto de libertad de expresión, que llevó a dos presentadores del programa a deslegitimar a una dirigente social, a través de mensajes, comentarios y conceptos discriminatorios, sobre la base de su condición de campesino e indígena.
En su intento de mostrar un periodismo diferente, transgresor e irreverente, rebasaron los límites de la creatividad y la línea que separa la libertad de expresión del derecho al respeto y la honra ajenos. Calificativos y adjetivos como bronquista, tumba casas con patas, obsesivo, narcisista fueron parte de un diálogo y un acróstico que sería casi impensable poder ver y escuchar en un medio de televisión de señal abierta, con la palabra “cabrón”, y pido disculpas por tener que reproducir el término en este escrito.
Todo esto configuró un acto comunicativo simplemente inaceptable desde los principios éticos, las buenas prácticas y conocimientos con los que todo periodista y comunicador es formado desde las aulas universitarias.
El problema no es nuevo y muestra las serias debilidades y falencias que adolece la comunicación social y el periodismo en Ecuador que, como lo he dicho en varios espacios, no ha sabido reconocer sus errores y equivocaciones por falta de humildad y autocrítica.
El periodismo real, al menos el que aprendimos en las aulas, no promulga el odio, no fomenta el racismo, no impulsa la discriminación, no incrementa la polarización; es necesario, urgente y fundamental que entremos en un proceso de autoevaluación, entender que nuestra labor debe estar comprometida con la ciudadanía, con la verdad, con el respeto y con la honestidad.
Sin duda, es necesario que esta, como toda profesión, se innove y responda a las nuevas realidades y expectativas de la ciudadanía, a los avances de las nuevas tecnologías de la información y comunicación porque, como dice el catedrático colombiano Omar Rincón, “en esta era, si un periodista quiere llegar a su audiencia con un mensaje eficaz tiene que convertirse en una suerte de DJ para condensar los diversos formatos, discursos y narrativas que hoy predominan”; esto no debe significar, de ninguna manera, ceder paso a la espectacularización y mucho menos sacrificar los principios y valores fundamentales que sostienen al periodismo. No se puede poner por encima del respeto y la responsabilidad a la burla, la agresión y el maltrato al resto.
En este propósito, la institucionalidad, aunque débil ahora, puede aportar mucho. El reto del Consejo de Comunicación, con su nueva autoridad, Jeaninne Cruz, está precisamente en alcanzar un equilibrio que garantice el ejercicio periodístico en un ambiente de libertad, sin los excesos y abusos del aparato gubernamental, pero tampoco con los excesos y abusos de los que hoy hemos sido testigos por parte de los medios y sus periodistas.
Aunque el ámbito de acción ahora esté supeditado a una normativa sin las debidas competencias, se debe motivar e incentivar un trabajo periodístico que reconozca a la libertad de expresión y la libertad de prensa como un derecho que debe ser asumido con límites y con respeto a la ciudadanía. Ese es el reto del Consejo, garantizar los derechos de la ciudadanía frente al trabajo de los medios de comunicación y el de estos, frente al poder público o privado.
Si queremos evitar los errores del pasado, corrijamos los problemas que aún persisten.
¡Que no se desnaturalice nuestra profesión! Hoy abogo por un Ecuador con libertad de expresión y un periodismo con más calidad y menos espectáculo.