Por Lucila Lema
En estos últimos tiempos electorales se habló mucho de los pueblos indígenas. Los candidatos finalistas en su intento por captar la mayor cantidad de votantes hablaron de la construcción de un verdadero país plurinacional e intercultural, aunque quizá no haya una idea clara de lo que eso significa.
Se habló también de hacer cumplir el derecho a la consulta previa, libre e informada cuando se trate de acciones en territorios de las nacionalidades, uno de los puntos conflictivos que ha enfrentado consecutivamente al Estado con las comunidades indígenas en defensa de sus territorios.
Mientras los muertos siguen aumentando en las localidades donde antes había algún espacio de protección frente a la pandemia, nos enfrentamos a una nueva realidad política. Hay un nuevo presidente, pero ningún gobierno tiene un cheque en blanco.
Históricamente los pueblos indígenas hemos resistido a sucesivas formas de discriminación, racismo y colonialismo entrelazando tejidos sociales desde la otra historia, desde el arte que no está dentro del canon, desde las lenguas invalidadas, desde los territorios ambicionados por las grandes multinacionales, desde las ciudades y sus márgenes, desde las mujeres, y por qué no, hoy, desde nuestras comunidades virtuales; lo seguiremos haciendo.
Lo que ha pasado en estas elecciones, me refiero a la candidatura indígena, no ha pasado antes en el Ecuador ni en ningún otro país de América Latina, lo que ha pasado aquí deja un precedente en nuestra historia. Obliga a los gobiernos y los ecuatorianos a entender que esas otras formas y modos de conocimiento y conciencia, que están en peligro, pueden aportar mucho a enfrentarnos a la catástrofe ecológica, económica y social que nos involucran a todos.
La palabra que convoca, que llama, que retorna, que cura, que nos encuentra es la que nos ha permitido soñar con un presente y un futuro digno para todos, y esos sueños siguen intactos.