Texto y fotos: Pamela Cardona * Colaboradora de Periodismo Público
Cuando se conoció del registro del primer caso de covid-19 en el Ecuador las autoridades competentes en materia de Salud indicaban con reiterada insistencia la necesidad de cuidar a los más vulnerables a este virus. Entre ellos están las personas de la tercera edad.
Las recomendaciones de su cuidado se anunciaban a diario y varias veces al día. De preferencia se solicitó desde el inicio que estas personas no salgan de sus casas y que sus familiares evitaran salidas innecesarias o, en todo caso, según la condición de los adultos mayores, les habilitaran una habitación y condiciones de bioseguridad óptimas para que si algún familiar se contagiaba no les transmitiera el virus.
Fue así como, de un día para el otro, cualquier posibilidad de contacto o de salir a la calle para alguien en esa edad se bloqueó de manera abrupta; además, es preciso considerar que muchas personas de la tercera edad viven solas, algunos cuentan con el apoyo y cuidado de un hijo o nieto, quienes se convirtieron en su único contacto con ese mundo incierto y en crisis sanitaria.
La vida de una persona de la tercera edad ya no es igual a aquella que tenían años atrás cuando podía disfrutar de cosas tan simples y sencillas como ir por el pan, todo eso se perdió. Sin duda esta situación no solo afecta físicamente, sino también de manera emocional, pues el sentirse útil es vital en cualquier etapa de la vida.
La señora Elsy Almeida de 77 años, comenta que desde el inicio de la pandemia su distracción consiste en realizar las actividades que le recomiendan los instructores del Municipio de Quito, ya que ella pertenece al grupo 60 y piquito, pero tampoco es suficiente para sobrellevar el encierro.
“Me levanto, realizo un poco de ejercicio, ahora dentro de mi casa, antes salía a caminar por algún parque cercano. Después, preparo el desayuno para mi familia, realizó las labores de la casa. Más bien en este tiempo me he enfermado, pues ahora paso solo en casa y una se desespera de estar solo encerrada, no se encuentra algo a que dedicarse. Estos días estoy haciendo el pesebre y en poco tiempo rezaré la novena, espero que puedan estar mis hijos y mis nietos, como todos los años”, dijo doña Elsy.
La señora no es afiliada, sin embargo, indica que desde el centro de salud ha recibido asesoría sobre el cuidado que debe tener ante la emergencia sanitaria.
Señala que, desde el sistema de salud pública, al momento, sí ha recibido sus medicinas, ya que padece diabetes; vía llamada telefónica solicita su medicación cuando está por agotarse.
Doña Elsy recalca que quienes trabajan o se dedican a las personas de la tercera edad deben tener paciencia, pues ellos requieren cariño, seguridad y extremar cuidados, ahora más que nunca porque son ellos los más vulnerables ante la pandemia.
La rutina de la pandemia se adueñó de cada adulto mayor y la única esperanza es esperar con paciencia la visita de sus hijos o nietos que, además, deben asegurarse de estar sanos porque el riesgo es latente en todo momento.
Cuando hablamos de una persona, en este caso de más de 90 años, surgen muchas interrogantes sobre cómo lleva su vida en la nueva normalidad, su día a día, principalmente cómo están sobrellevando este mal que afectó a todos en diferente intensidad, pero a ellos de sobremanera.
Rafael Valencia es un adulto mayor de 92 años, a quien fue imposible visitarlo por su salud y por el cumplimiento de las medidas de bioseguridad. Por eso conversamos con él vía telefónica.
Valencia sirvió a Quito durante muchos años, ya que fue parte del Cuerpo de Bomberos, actualmente, está jubilado. Nos cuenta que antes de la pandemia salía a caminar alrededor de su domicilio, ubicado en el sector de la Michelena, al sur de la ciudad.
Todas las mañanas y las tardes salía a comprar el pan o cualquier alimento que necesitaba en casa. Asimismo, él solo se trasladaba al banco a retirar cada mes su pensión. Los fines de semana disfrutaba de su familia y de actividades junto a sus amados nietos.
Hoy, después de nueve meses de encierro, su realidad es otra, no puede salir, es más, por mucho tiempo no pudo ver a sus hijos ni a sus nietos. Actualmente, está al cuidado de su hijo menor, quien es el único que sale de casa a realizar la compra de víveres y también es quien retira el dinero de su padre.
“Paso de los 90 años, las enfermedades se acumulan, entonces uno debe cuidarse, como soy jubilado solo cuento con el IESS para cualquier situación, mi pensión ya no la puedo retirar», señala.
Don Valencia nos cuenta que le preocupa la escasez de citas médicas, la falta de médicos, la posibilidad de una emergencia; es decir, a dónde puede ir si su condición de vulnerabilidad no le permite arriesgarse a acudir a uno de los dispensarios del IESS o tener contacto con personas enfermas.
«A causa de la pandemia, no he conseguido cita médica, tampoco he recibido algún tipo de asesoría para saber dónde me pueden atender, nunca en mis 92 años había vivido una crisis tan fuerte de salud y económica como esta”.
El llamado en este caso es a las autoridades médicas, a los familiares y amigos de las personas de la tercera edad, ya que es necesario el apoyo, la compañía, tal vez con una llamada y cuando sea conveniente con una visita.
Es verdad, estar en casa los tiene un tanto más protegidos del covid-19, pero no es posible cuidar de sus emociones, de su salud mental y de todo aquello que los aqueja en silencio a nuestros abuelos. Ellos ya lo dieron todo por sus hijos y por la sociedad y ahora es momento de ser recíprocos y ser empáticos. (I)