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¿Le apostará Ecuador al caudillismo?

Alex Ormaza

Periodista y becario Fulbright por EE.UU. con más de 28 años de experiencia periodística. Fue editor de los semanarios Washington Hispanic y Washington’s Voz en Estados Unidos y de la revista Diálogo-Américas.

Con la excepción del Alfarismo, en Ecuador los movimientos políticos que nacen a partir de un líder o caudillo han sido fugaces.

El Velasquismo duró lo que duró el viejo político que gobernó Ecuador de forma intermitente cinco veces. La vigencia del Roldosismo se mantuvo mientras Abdalá Bucaram fue alcalde de Guayaquil y presidente del país por seis meses. Paremos de contar, ni el Arosemenismo ni el Febrecorderismo ni el Borjismo ni el Duránballencismo ni el Mahuadismo y menos el Gutierrizmo, jamás vieron la luz, y nada hace pensar que el Morenismo será una corriente política.

Por el contrario, el Correísmo, para sus seguidores, o el Correato, para sus detractores, está en el diccionario político ecuatoriano desde el último día de mandato de Rafael Correa, en mayo de 2017, o incluso antes de eso.

Una de las mayores muestras de esa realidad es la posición alta en intención de votos por encima de figuras políticas experimentadas que, según Cedatos, ocupa el hasta hace poco desconocido Andrés Aráuz, postulado por Correa a la presidencia de la Republica.

Otra muestra de esta realidad se ve reflejada en los resultados del libro La fuerza de la opinión pública, publicado meses atrás por la encuestadora Cedatos que ubica a Correa como el mandatario de mayor aprobación a su gestión desde que el país volvió a la democracia en 1978. Correa arrancó su mandato con 78% de aceptación, mantuvo un promedio de 56% durante sus 10 años de gobierno, y terminó con 46%. Solo lo sigue de cerca Jaime Roldós Aguilera con sus dos años de gobierno, los demás mantienen distancias considerablemente más bajas.

La votación obtenida durante las elecciones de marzo de 2019, en el peor momento de su desgaste y desprestigio político, revelaron un porcentaje de votos fieles lo suficientemente importante como para trazar estrategias políticas a futuro.

Hasta el momento nada garantiza que el correísmo vaya a perdurar y menos los 70 años que tiene el peronismo en Argentina, para usarlo como referente. Pero por lo que se alcanza a ver, este movimiento ya tiene un puesto en el asiento delantero del carro de la política ecuatoriana.

Pero no todo es viento a favor para el barco correísta. Haberse posicionado en el mapa político es solo la mitad del trabajo, la otra mitad es mantenerse vigente, lo que supone un trabajo continuo y desgastante. Más aún cuando algunos de sus cuadros políticos principales están presos por corrupción y muchos otros envueltos en procesos legales por lavado de activos, cohecho, tráfico de influencias, delincuencia organizada, peculado, entre otros.

En estas elecciones, con un Ecuador profundamente más endeudado a partir del gobierno de Correa y complementado por Moreno, la candidatura del delfín Aráuz debe demostrar que su padrino, el correísmo, fue la respuesta política apropiada a las condiciones sociales y económicas de los años previos a la década pasada, y que lo sigue siendo en la actualidad. (O)

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