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Femicidio, la otra pandemia desencadenada en Ecuador

Santiago Tello

Comunicador Social con 15 años de experiencia en Periodismo. Amante de la literatura, el fútbol y los autos clásicos.

La Alianza para el Monitoreo y Mapeo de los Femicidios en Ecuador, desde el 1 de enero hasta el 4 de octubre de 2020 registró 81 casos de femicidios a nivel nacional, pero las muertes violentas de mujeres no han parado. Durante el último feriado por el Día de los Difuntos, en apenas cuatro días de iniciado noviembre, se registraron seis muertes violentas, que sumados con otros casos hasta la fecha son en total 111 femicidios.

Si antes de la pandemia los derechos de las mujeres eran vulnerados y no había una respuesta óptima por parte del sistema judicial ante el incremento de muertes violentas de mujeres en el país, como lo venían denunciando las organizaciones de mujeres a nivel nacional, con la pandemia del covid-19 este problema se agudizó debido a que el confinamiento obligó a las víctimas a permanecer en sus hogares durante más tiempo junto a los agresores, lo que impidió que no puedan denunciar los maltratos. Aquellas que sí lo hicieron acudieron al ECU 911, institución que registró entre marzo y agosto 43.208 llamadas de auxilio relacionadas a violencia intrafamiliar y de género.

A esto se suma que en ocho meses de pandemia en Ecuador se registra mayores índices de pobreza, lo cual afecta especialmente a las mujeres por diversas razones; entre ellas, por ejemplo, la tasa de desempleo de mujeres actualmente se ubica en 8,7%, una cifra más alta que el promedio nacional que se ubica en 6,6%, obligando a las mujeres a realizar trabajos domésticos no remunerados o trabajos informales, sin acceso al seguro social en medio de la emergencia sanitaria.

¿Cómo entender esta situación?

La violencia de género no deja de estar determinada por la condición sexual, por las diferencias económicas, culturales, etarias, raciales, y hasta de religión a las que está expuesta la población femenina. Incluso, estas lógicas se reproducen desde el hogar, diseñando prototipos de masculinidad y feminidad.

Y es que vivimos en una sociedad en la que al Estado poco o nada le preocupa la seguridad de las mujeres, donde el sistema judicial responde al machismo, donde existen escasos fiscales especializados en violencia de género. Esta situación provoca que la justicia favorezca a los agresores, como sucedió con el caso de Salomé Aranda, mujer indígena que de manera reiterada denunció ser víctima de violencia de género, pero que el 29 de octubre fue detenida por la Policía después de ser agredida física y psicológicamente por responder a la agresión de su pareja.

¿Cuál es el camino que nos queda?

Vivimos en una sociedad donde existe falta de decisión política y estatal para establecer acciones reales que permitan erradicar la violencia de género. Tal vez una solución sería imponer una malla curricular que obligue a las escuelas, colegios y universidades públicas y privadas a dictar cátedra de género y tener docentes capacitados en la materia para atacar el problema de la violencia de género de raíz. Algo que parece poco posible de lograr, cuando en el sistema educativo público y privado se registran más de 4.500 denuncias de abuso sexual contra niños y niñas, donde los principales involucrados son los docentes.

Ante ello, lo más viable es trabajar por eliminar el pensamiento machista percudido en la sociedad, que permite la injusticia socioeconómica arraigada a la estructura política económica, que produce explotación, marginación y violencia contra las mujeres, y es que las raíces de la violencia contra las mujeres están relacionadas con la masculinidad, esa forma en que fuimos educados, con patrones culturales que involucran tanto a las mujeres como a los varones.

Empezar por reeducarnos desde el hogar es extremadamente necesario, a los más pequeños podemos enseñarles que ser hombre no exime de sentimientos y que ser mujer no es sinónimo de debilidad, y que niños y niñas son libres de construir su propia identidad, libre de estereotipos de género. En ese sentido, la manera de educar a las nuevas generaciones está ligada a una mayor concienciación, para que no se repitan los mismos patrones de violencia e inequidad.

También es necesario promover el “no callar”, de apoyar a las víctimas de violencia y denunciar. Es difícil cambiar esos patrones machistas que alimentan la desigualdad y dan paso a la violencia. Yo lucho cada día por cambiar esos patrones ¿y tú?. (O)

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