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El Día Nacional de la Cultura

Pablo Salgado periodista y es escritor
Pablo Salgado periodista y es escritor

Por Pablo Salgado J. periodista y escritor

El Día Nacional de la Cultura lo instauró, al igual que el Premio Espejo, la dictadura militar, en 1975. Y lo hizo para conmemorar la fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, que nació precisamente un 9 de agosto de 1944, en el gobierno del presidente José Ma. Velasco Ibarra.

Una fecha que debería ser una verdadera fiesta nacional, llena de arte, cultura y alegría.  Una fiesta nacional que llene las calles y las plazas con música, teatro, danza, libros. Una fiesta repleta de expresiones urbanas y populares. Una fiesta para sentirnos orgullosos de nuestra cultura, de nuestras expresiones artisticas. Una fiesta que consolide nuestras identidades, locales y nacionales. Pero no, pasa desapercibida para la mayoría de ecuatorianos.

Es, mas bien -en este 2022- una fecha triste. Porque triste es la situación de la cultura en el país.  No hay motivos para una celebración. Por el contrario, es una fecha que provoca ira y decepción, pues la cultura vive momentos de profunda precariedad ante el quemeimportismo del gobierno nacional y sus autoridades culturales. Un Ministerio de Cultura ausente y que incumple la Ley orgánica de cultura, un sector privado ajeno a la cultura y las artes, y  una ciudadanía que no termina de comprender los procesos culturales y de valorar a los artistas y trabajadores de la cultura.

En el Salón Amarillo el presidente Lasso dio un discurso, con datos falsos de uno de los galardonados, y repitió -sin vergüenza alguna- que es el “gobierno del encuentro.” Pero además afirmó: “Un país sin arte es un país incompleto y apagado.” De acuerdo, presidente. Pero bueno sería que, para ser consecuente con esas palabras, reponga los presupuestos que durante su gobierno ha recortado a las instituciones de cultura, cumpla con los mandatos de la Ley orgánica de cultura y patrimonio, cumpla con sus ofrecimientos de campaña en el campo cultural y escuche a los artistas. Escuche a Javier Vásconez, quien -en su discurso de agradecimiento- (le) dijo una rotunda verdad: “no puedo decir que no me duela el olvido, el desinterés y la desidia hacia nuestros escritores y artistas que suele ser una constante y una penosa tradición en nuestro país.”

Lo cierto es que hay una profunda decepción e indignación con la gestión del presidente Lasso en su año y medio de gobierno. No hay sector de la economía y de la vida nacional que no haya sufrido un grave deterioro, con excepción, por supuesto, de la banca y el sector financiero. No hay un solo servicio público que no haya sido desmantelado; el sistema de salud, de educación, el seguro social. Y, lamentablemente, también el incipiente Sistema nacional de cultura.

Si las cifras del crecimiento del desempleo, la pobreza y la inseguridad son alarmantes, también lo son las cifras de los consumos culturales, del acceso a la seguridad social de los artistas, de la inversión en cultura. Son cifras en extremo desalentadoras. La mayoría de artistas y gestores sobreviven en medio de una profunda precariedad. No hay sector cultural que no haya sido afectado. Por ejemplo, el cine que siempre, por sus propias especificidades, ha sido uno de los más activos sufre ahora una gran recesión: En los años 2007-2008 se producían 80 largometrajes, pero desde el 2018 solo se producen 18. Y en la post pandemia aún menos, pues paulatinamente van disminuyendo los recursos públicos y privados. Y, por tanto, el PIB de la cultura también disminuye. Así tenemos que en el 2014 el PIB cultural era del 2.1%, en 2018 bajó al 1.87%, en el 2019 al 1.79% y en el 2020 al 1.73%. Hoy, con la proyeccción, debe llegar a apenas el 1.5%.  Es la triste realidad. Y pensar que un ministro irresponsable afirmó que el PIB de cultura llegaría, para el 2023, al 3.5%.

La reciente encuesta de hábitos de lectura y consumos culturales publicada por el Ministerio de Cultura nos entrega cifras decepcionantes: los ecuatorianos leemos apenas 1 libro completo al año. Pero si eliminamos  la lectura de textos escolares (encuestas similares de otros países no incluyen a los textos escolares) no llegamos ni a 1 libro al año. Pero ¿qué es lo que hace el propio Ministerio frente a estas cifras? Pues eliminar el Plan nacional del libro y la lectura, la Feria Internacional del libro y los tambos de lectura. Así de absurda es la gestión de la actual Ministra de cultura, Ma.Elena Machuca.    

En cuanto a los consumos culturales, la encuesta determina que apenas el 17% de ecuatorianos asisten a los conciertos de música, el 16% a obras escénicas, el 8.4% a ferias del libro. Pero el 39% asiste a las fiestas patronales de las ciudades y el 24% a las ferias gastronómicas. Estas cifras deberían servir como líneas de base para la generación de políticas públicas. Pero no,  el Ministerio de Cultura y Patrimonio no ha generado ninguna iniciativa de apoyo a los artistas y gestores culturales y tampoco para la reactivacción económica del sector. No fue capaz de estar junto a los artistas durante la pandemia. Y no es capaz de proponer mínimas acciones para reactivar y dinamizar al sector cultural y patrimonial. Ni una acción, ni una iniciativa; nada. Apenas los fondos concursables. Todo lo que la Ministra de Cultura toca, lo convierte en Fondo concursable. Apenas eventos para maquillar y ocultar la precariedad y la desigualdad, y justificar un modelo neoliberal devastador.

El Presidente Lasso mandó crear teatro y arte en cada barrio para que las ciudades se llenen de expresiones artísticas, de fiesta, de alegría. La Ministra lo convirtió en fondo concursable que, mas bien, contribuye a profundizar la precariedad y no genera impacto alguno en los barrios y peor en el quehacer escénico del país. Fondos concursables sin lineas de política pública, sin evaluaciones del impacto, sin seguimiento y sin alternativas para quienes no acceden a esos fondos. Unos fondos que son cada vez más cuestionados.  Fondos concursables a la buena de Dios.

Luego de 15 años de existencia de estos Fondos -se crearon en la gestión de Galo Mora y Ramiro Noriega- necesitan con urgencia ser evaluados. Tal como están no son un real beneficio para dinamizar el sector cultural. Basta ver lo que sucede, por ejemplo, con  los fondos concursables para el sector editorial. En lugar de ayudar al desarrollo y fortalecimiento de las editoriales, constituyen una competencia desleal.  Se entregan recursos para que los escritores publiquen sus libros. Y lo hacen, pero no a través de las editoriales existentes, sino que se inventan un sello propio, se ahorran unos recursos, y se autopublican, perjudicando a las editoriales pequeñas y medianas, distorsionando el ecosistema del libro y volviendo aún más vulnerable la cadena productiva editorial. Es más, algún escritor incluso, con esos fondos, se fue a editar en el Perú. ¡Plop!

Tampoco las promesas neoliberales de campaña electoral y los anuncios al inicio del gobierno se han cumplido. Por ejemplo, el Ministro de la producción anunció que se implementará un Cluster de industrias culturales: “lanzaremos la primera iniciativa de competitividad e innovación para las industrias creativas y trabajaremos en desarrollar la economía naranja en el Ecuador,” afirmó el ministro Julio José Prado. Pero no, ni eso.

Y en buena hora, pues basta ver los pésimos resultados de la famosa economía naranja en Colombia.  Pero además, el Ministerio  tampoco ha podido implementar con éxito -por el confuso y enredado reglamento- el proyecto de la excensión de hasta un 150% en el impuesto a la renta para las empresas privadas que patrocinen eventos culturales. En lugar de motivar al sector privado, terminó desalentándolo.

El Ministerio de Cultura se ha convertido en un huaquero de los institutos, y otras entidades desconcentradas y con autonomía administrativa. Los trata como si fueran subsecretarías. Implementa opacos concursos públicos para elegir a los directores ejecutivos, y luego los despide. En más de dos años, el Ministerio ha sido incapaz de realizar el concurso para selecionar la nueva dirección del INPC, incumpliendo, una vez más, la Ley de cultura.  Y ahora mismo, en el IFCI, implementa un proceso que es cuestionado por sus participantes.

La gestión de la Ministra Machuca ha sido ajena y ausente a las necesidades de los artistas y gestores culturales; sin diálogo y sin encuentro alguno. Paola de la Vega afirma: “Tenemos un Estado ausente y debilitado y sus programas no pasan de ser una muletilla mas cercana al asistencialismo que a la garantía de derechos.” El descontento es tal que más de 300 artistas remitieron una carta al Presidente Lasso en la cual exigen la renuncia de la Ministra. 

La Casa de la Cultura Ecuatoriana

Pero ¿qué sucede con la Casa de la Cultura Ecuatoriana?  Después de casi un año aún no se vislumbra un cambio en la gestión. El nuevo presidente, Fernando Cerón, anuncia reuniones y convenios pero aún la Casa sigue siendo ese espacio vacío y lento, tomada por una burocracia, de décadas, que todo lo entorpece. El único cambio visible, es el de su nombre a Casa de las Culturas Benjamín Carrión, lo que ha provocado el airado reclamo de ciertos artistas y gestores reconocidos. ¿Se debe cambiar su nombre? Sin duda. Estoy seguro que Benjamín Carrión y los escritores que la fundaron estarían plenamente de acuerdo. En su carta fundacional se menciona, claramente, que la Casa debe acoger a todas las culturas; “debe ser la Casa del pueblo,” decía Carrión.

Los acontecimientos que se dieron en el Paro nacional ha marcado el rumbo de la Casa de la Cultura. La toma de sus instalaciones por parte de las fuerzas policiales, con la complicidad del Ministerio de Cultura, es determinante para su presente y su futuro, ya que se trató de un atentado al que ni las peores dictaduras se atrevieron.  Esas imágenes con policías y soldados fuertemente armados ingresando a la Casa y revisando sus museos, sus bibliotecas, su cinemateca, quedará en la memoria por siempre, como la mejor evidencia de la prepotencia de un gobierno violento y represor.  Aunque también es cierto que artistas de trayectoria acusaron a la Casa y sus autoridades de tener una agenda vinculada a la CONAIE e incluso, un ex ministro de cultura los acusó de “mariateguistas” (sic) al servicio de los violentos. Y la propia Ministra Machuca, ha dicho que “La Casa debe dedicarse a las artes, la literatura y proyectos culturales. A mi no me parece que la Casa de la Cultura sea un centro político. (sic)” Es decir la Ministra quiere una Casa de la Cultura anclada en el pasado, excluyente y ajena a las demandas de la sociedad.  

Hoy tenemos una Casa de la Cultura que intenta un cambio pero se encuentra con pírricos recursos económicos. Una Casa de la Cultura que impulsa una reforma a la Ley orgánica de cultura que le permita acceder a presupuestos dignos, que termine con la ambigüedad en el ejercicio pleno de su autonomía y la vigencia de los derechos culturales, en especial el acceso al trabajo. Hay ciertos  atisbos de cambio, algunos brotes verdes ya son visibles; la Biblioteca generó un espacio infantil y desarrolla actividades que fomentan el libro y la lectura. Es ya un espacio vivo y activo. La Cinemateca, en su nuevo espacio,  ha creado una agenda de promoción y difusión del cine nacional, pero no pueden -por falta de recursos- retomar procesos de investigación y preservación de nuestro patrimonio audiovisual. Los museos y las salas de exposiciones aún lucen deteriorados y vacíos, con exposiciones que en nada aportan y que responden a esa relación clientelar que, ojalá, algún día se pueda desterrar. Iniciaron un proceso de reflexión -Aprendizajes desobedientes- en el cual se evidencia la nueva concepción museal que su directora quiere imprimir en su gestión, pero sin recursos.

Se despidió a los músicos de los elencos y se terminó el vínculo con el Teatro Ensayo y el Ballet Ecuatoriano. Pero la burocracia sigue igual. Las salas y los espacios concedidos a los grupos y gestores culturales siguen con el mismo status y con la misma parsimonia de siempre. Nada ha cambiado. Los teatros grandes siguen deteriorados y sin ninguna propuesta efectiva de autogestión. El teatro Prometeo fue transferido al Núcleo de Pichincha, que anunció un convenio con el Colegio de Arquitectos para lograr su reapertura.

En las radios, es evidente la precariedad técnica. A pesar de haber recibido un crédito, no reembolsable, por parte del Banco del Estado para la implementación de la FM, todo quedó a medio hacer. No se ejecutó en su totalidad, y su implementación está parada ya casi tres años, sin que se encuentre una solución. Una barbaridad. Mientras tanto, todo es precario y obsoleto; ese viejo sueño de tener una gran radio cultural de calidad, deberá seguir esperando.  Y de nuevo la misma discusión, ¿debe ser una radio comunitaria o una radio pública dedicada a la cultura? Obviamente, deber ser una radio cien por ciento cultural que responda a las necesidades  de los artistas, gestores y  las audiencias, y no a las agendas de los movimientos políticos.  Pero nada será posible si no se supera su precariedad técnica y no se garantiza “condiciones de trabajo dignas para productores y coproductores de la nueva radio,” tal como se ofreció en el plan de gestión.  En tiempo de nuevas tecnologías, las radios de la Casa siguen sin nuevas tecnologías. Absurdo.

En los Núcleos provinciales el cambio es aún más lento o inexistente. Los mismos núcleos que ya, en la administración anterior, dinamizaron su accionar son los que han proseguido con esa gestión; el de Azuay, el de Manabí y ahora el del Guayas que comenzó a  abrir sus puertas. El resto, con alguna excepción, sigue igual.  En el caso del Núcleo de Pichincha vale la pena destacar que ha logrado dar un giro importante en su gestión y se muestra activo, dinámico y trabajando en territorio.

En resumen, y luego de casi un año de gestión, en verdad aún no se vislumbran razones para volver a la Casa. De hecho la mayoría de artistas y gestores, y la ciudadanía, aún no vuelven.

Los gobiernos locales y la cultura

Los Gobiernos locales que deben cumplir una importante labor cultural, apenas si se interesan en la cultura. En el caso de Quito y Pichincha la conmemoración del Bicentenario era una magnífica ocasión para reactivar la economía de la cultura, pero apenas si han conseguido montar tarimas y programar eventos.  Los Municipios y Prefecturas, eso si, aparecen muy temprano a la hora de las campañas electorales, pautan publicidad y se dedican a  montar más tarimas y programar espectáculos. Presupuestos que  no contribuyen a dinamizar ni a expandir la economía para la mayoría de los artistas y menos a volverla sostenible.

Seguimos sin políticas públicas y con ordenanzas de cultura olvidadas en los escritorios. Sin líneas de fomento que permitan por un lado integrar a la cultura y los patrimonios a las dinámicas cotidianas de nuestras ciudades y parroquias, y por otro  que garanticen el acceso de la ciudadanía a las expresiones culturales. Su única gran apuesta, es la tarima, el show y el espectáculo; y gratuitos, más aún tiempos de campaña electoral. Los centros culturales metropolitanos han generado una programación diversa y, en ciertos casos, muy potente.

Eso si, es necesario destacar el esfuerzo de los centros y casas culturales independientes, galerías, salas de cine, librerías, editoriales, etc. que se mantienen por el esfuerzo, la dedicación y la pasión de sus gestores.

La ausencia de políticas públicas, el desmantelamiento de la institucionalidad cultural,  y el no ejercer la rectoría hacen que la gestión pública de la cultura sea desarticulada e ineficiente.  La Ley orgánica de cultura fue concebida para una determinada institucionalidad, que ahora ya no existe, ni a nivel nacional, regional y peor local. Y los presupuestos cada vez mas pírricos hunden al sector cultural en la desazón y la decepción.

Triste conmemoración la de este Día de la cultura. 

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